Su supervisor le dijo que sus ideas no le llevarían a ninguna parte, pero Stefan Hell no desistió. Emprendió una anómala carrera científica --financiada en parte de su bolsillo-- que finalmente le ha conducido al mejor de los finales: el Premio Nobel de Química, que le fue otorgado en octubre. En estos términos retrató el investigador su recorrido el pasado día 9 en Berlín. Hell, director del Instituto Max Planck de Química Biofísica de Gotinga, participó en el congreso Falling Walls.

El hallazgo de Hell, la microscopía STED (stimulated emission depletion), ha superado la barrera teórica vigente desde hace más de un siglo según la cual era imposible observar objetos más pequeños que unos centenares de nanómetros. Esta cantidad es miles de veces menor que el diámetro de un cabello humano. Sin embargo, muchos objetos tienen dimensiones aún más pequeñas. Por ejemplo, las moléculas que crean las sinapsis entre neuronas. O las proteínas implicadas en el mal de alzhéimer. O buena parte de los orgánulos contenidos en el interior de las células. Gracias a la microscopía STED, hoy los científicos pueden observar estos y otros fenómenos, como los procesos que ocurren en la superficie del virus del VIH o la formación de las sustancias coloidales.

Ese problema era el límite de Abbe. El experto en microscopía Ernst Abbe había calculado en 1873 la máxima resolución que un microscopio óptico podría alcanzar. No por las limitaciones de la tecnología, sino por las propiedades físicas de la luz. Debajo de ese umbral, todo se confunde debido al fenómeno de la difracción. "Me convencí de que se podía romper el muro de la difracción. Tenía que haber una solución entre los enormes avances hechos por la física en el siglo XX", explica. Hell pasó años estudiando un fenómeno físico tras otro para ver si le servía.

Su supervisor en el European Molecular Biology Lab le desanimó. Entonces, él se buscó la vida en la Universidad de Turku, en el sur de Finlandia. Allí pagó parte de su investigación con sus ahorros, obtenidos vendiendo una patente sobre la mejora de un microscopio que años antes había presentado con el dinero de un regalo de sus abuelos.

Finalmente, en Turku dio en el clavo. Su supervisor estaba trabajando en un sistema de microscopía consistente en enganchar una molécula fluorescente al objeto que se quiere observar, lo que permitía visualizarlo mejor. Este sistema también está sujeto al límite de Abbe. Pero Hell se dio cuenta de que un fenómeno físico, la emisión estimulada, podía cambiar el juego mediante el uso de disparos láser sobre las moléculas.

BACTERIA E. COLI

Desde entonces, la popularidad de Hell creció de año en año, le ofrecieron una plaza en Alemania y en el 2000 pudo demostrar su idea por primera de manera práctica, con una imagen de una bacteria E. Coli de resolución sin precedentes. "La moraleja es que los científicos deberían centrarse en los problemas que realmente cuentan. Y animar a los jóvenes a tomar riesgos", afirma Hell.