Las catástrofes desbrozan al héroe del mortal común y su destino trágico lo elevan al pedestal del mártir. Un buque inclinado y rendido, el agua helada colándose por las rendijas y subiendo, gritos desesperados y carreras caóticas en la penumbra, la sospecha de un final cercano. Es necesaria una pasta especial para desoír al atronador espíritu de supervivencia y seguir acumulando chalecos salvavidas para repartirlos entre los estudiantes aterrorizados.

El hundimiento del buque surcoreano Sewol ha causado ya más de un centenar de muertos ciertos y casi dos centenares más que probables. La factura hubiera sido más onerosa sin Park Ji-young, de 22 años. Trabajaba en la cafetería del bar desde que en el 2012 hubo de desatender la admisión en una prestigiosa universidad para cuidar a su madre y su hermana menor tras la muerte de su padre. El barco ya se inclinaba irremisiblemente y Park aún repartía chalecos, sin reservarse ninguno, y empujaba hacia la salida a los pasajeros. El agua le alcanzaba el pecho y desoía las súplicas de que saliera. La tripulación es la última en abandonar el barco, aclaró.

Park traspasó la línea que separa al héroe del mártir. Su cadáver fue recogido del agua el mismo miércoles del hundimiento. "No me puedo creer que nos hayas abandonado", lloraba la madre cuando recibió el cuerpo en el hospital. Muchos internautas glosan estos días su figura y algunos piden que repose en el cementerio nacional al lado de expresidentes y héroes de guerra.

Son días difíciles para sentirse orgulloso de ser surcoreano. El hundimiento de un barco en el 2014 y la calamitosa operación de rescate son más propios de un país tercermundista que de una potencia tecnológica. En la última trinchera del orgullo reside el puñado de comportamientos ejemplares. Jeong Cha Woong, de 17 años, murió tras salvar a varios compañeros, darle su chaleco a uno que ya se ahogaba y lanzarse al agua en busca de otros. Kim Hong Gyeng, de 59, fue rescatado tras haber permanecido más de lo aconsejable en el barco. Ató cortinas para improvisar una cuerda de 10 metros por la que se arrastraron a través de la pared del barco varios pasajeros atrapados en sus compartimentos.

Nota suicida

Sigue desaparecido el crío que dio la primera alarma. Habían pasado solo tres minutos desde que el barco dio el sorprendente, inexplicado y fatal giro brusco que desplazó la carga cuando llamó al teléfono de urgencias. "!Salvadnos! Estamos en un barco y creo que nos estamos hundiendo", rogó con voz temblorosa. La línea recibió una veintena de llamadas desesperadas de los estudiantes en los siguientes minutos.

El estigma del superviviente desbordó al subdirector del instituto de Ansan, de donde provenían los jóvenes, Kang Min Kyu. El profesor explicó en su nota suicida que le era imposible vivir tras la muerte de sus estudiantes y pidió que esparcieran sus cenizas en el lugar del naufragio. "Quizá pueda volver a ser profesor en la otra vida de los estudiantes desaparecidos", escribió.

El vergonzante capitán, quien saltó al bote salvavidas tras recomendar a los estudiantes que permanecieran en sus camarotes, ha eclipsado los capítulos heroicos. Lo lamentaba un internauta al glosar a Park. "Es reconfortante porque enseña que hay gente realmente buena en el mundo. Y es triste porque no será tan recordada como el cobarde capitán".