Los modales hacen al hombre”, decía el personaje que interpretaba Colin Firth desplegando todas sus dotes de 'gentleman' inglés en la primera parte de 'Kingsman' antes de enfrentarse a un puñado de 'cockneys' y dejarnos a todos atónitos con sus habilidades de lucha coreográfica.

¿Se puede pelear con más clase que James Bond? Eso es lo que consiguió, entre otras muchas cosas, Matthew Vaughn en una película que pretendía precisamente homenajear a las cintas de espías de la época dorada, pero a través de una óptica desinhibida, con un punto gamberro y con un espíritu 'millennial'… aunque fuera con canciones de Take That.

En realidad, el director británico ya había testado la misma fórmula en la más macarra y salvaje 'Kick-Ass: Listos para machacar', en la que hacía algo parecido con el cine de superhéroes. Allí encontrábamos también esas 'set-pièces' de acción perfectamente coreografiadas que desplegaban un enorme virtuosismo, todo un despliegue visual adictivo y una galería de personajes de cómic que terminaban convirtiéndose en entrañables.

Tras el paréntesis de supuso su participación en la refundación de la saga de los X-Men, Vaughn, recogió el testigo de su anterior obra y volvió a adaptar un tebeo de Mark Millar (junto a Dave Gibbons), que le dio la oportunidad de sumergirse en el submundo de los agentes secretos, con todos sus 'gadgets' y su parafernalia logística, para contar la relación entre un maestro (Colin Firth) y su aprendiz (ese descubrimiento que supuso Taron Egerton) que se enfrentan a un villano caricaturesco con el rostro de Samuel L. Jackson. La película se convirtió en el 'sleeper' de la temporada y su éxito fue apoteósico.

Ahora que llega la segunda parte la pregunta es inevitable: ¿cómo continuar siendo original después de exprimir una serie de ideas de manera tan oportuna y sin dar la sensación de repetición constante?

'Kingsman: El círculo de oro', tiene en la recámara los elementos suficientes como para convertirse en un 'guilty pleasure' inmediato. Puede que las escenas de acción y las persecuciones no causen el mismo nivel de asombro, pero desde el momento en el que nos adentramos en los dominios de la nueva villana, Poppy, encarnada por una deslumbrante Julianne Moore convertida en reina del narcotráfico, que hace literalmente picadillo para hamburguesas a sus contrincantes en medio de un parque de atracciones nostálgico homenaje a los 50 y a 'American Graffiti' en el corazón de la selva colombiana, ya sabemos que nos espera un festín de goce psicotrónico. Sobre todo, cuando aparece en escena el mismísimo Elton John secuestrado por Poppy para que le cante sus canciones.

Taron Egerton, Colin Firth y Pedro Pascal, en un fotograma de 'Kingsman: El círculo de oro'.

Pero no es el único material de impacto que nos tiene reservado el nuevo 'Kingsman'. La acción se traslada en esta ocasión a Estados Unidos, donde se encuentra la agencia homóloga de Kingsman, llamada Statemans, cuya tapadera en vez de una sastrería de lujo es una empresa licorera. Por eso sus agentes se llaman Tequila (Channing Tatum), Ginger (Hale Berry), Whiskey (Pedro Pascal) y Champagne (Jeff Bridges), que lucharán junto a nuestros más exquisitos héroes ingleses contra el imperio del terror instaurado por Poppy, dispuesta a matar a media humanidad si el presidente de los EEUU no legaliza las drogas.

Como un parque de atracciones

Como nos cuenta Pedro Pascal ('Juego de Tronos', 'Narcos') en su paso por Madrid para presentar la película, 'Kingsman: El círculo de oro' es puro aliento pop. “Es una fantasía. Parece un parque de atracciones en sí mismo en el que encontramos un poco de todo. Es como si volviéramos a ser niños y pudiéramos disfrutar de cosas extravagantes y absurdas con las que nos lo pasamos bien sin pensar en nada hasta que nos damos cuenta de que en el fondo están cargadas de intención y de mala leche”.

Se refiere sobre todo a una malévola alusión a la política conservadora de los Estados Unidos a través de un presidente tirano y con un punto lunático que inevitablemente recuerda a Donald Trump. Y es que, si la manipulación era el principal tema de la primera parte, en la segunda se exploran las consecuencias del fanatismo ideológico en los círculos de poder que rigen nuestros destinos. Todo eso, al ritmo del 'Saturday night’s alright' de Elton John y del festival de Glastonbury.