Que las heces de un niño de 3 o 4 años contengan sangre, asusta. Que el niño empiece a perder peso pese a no comer menos y no tenga fuerzas más que para pasar el día acurrucado en el sofá de casa, activa el terror en sus padres. Eso es parte de lo que les ocurre a los niños que sufren la enfermedad inflamatoria intestinal, un fallo inmunológico muy grave, de causa desconocida e incurable, que en poco más de 10 años ha triplicado su incidencia entre los niños españoles. En los últimos 15 años, ha sido diagnosticado a 2.107 pequeños, lo que supone un incremento del 290% en relación al periodo anterior, indica un estudio con 78 hospitales españoles, coordinado por el Hospital de San Juan de Dios, de Esplugues de Llobregat.

Algunos de los enfermos atendidos en el San Juan de Dios tenían menos de un año de vida en el momento del diagnóstico, aunque la media de edad de los afectados es de 11 o 12 años, explica el doctor Francisco Javier Martín Carpí, gastroenterólogo pediatra en dicho hospital.

BROTES INESPERADOS La inflamación intestinal crónica --denominación que engloba a la enfermedad de Crohn, mayoritaria, y la colitis ulcerosa-- avanza por medio de brotes imprevisibles, a veces relacionados con los nervios ante un examen u otra situación estresante, aunque esto no se cree determinante. En esas crisis, el intestino se inflama de forma muy dolorosa y lo que el pequeño come lo defeca a las pocas horas, en muchas ocasiones mezclado con sangre. Si la alimentación se expulsa sin apenas digestión, sus nutrientes no se absorben y el crecimiento del niño enfermo se detiene, adelgaza rápidamente y experimenta un agotamiento físico y emocional absoluto.

En muchas ocasiones, estos niños son hospitalizados con el fin de administrarles durante días o semanas una dieta líquida intubada, de forma que se deja durante un tiempo sin actividad y en un reposo casi completo el intestino. Cuando el episodio se repite con una frecuencia intolerable para el niño, o en los casos en que el intestino inflamado ya es irrecuperable, la solución es quirúrgica: se impone la extirpación del tramo de colon o intestino delgado que ha perdido sus funciones, y se enlazan los dos extremos sanos. Esta cirugía, que en los niños se aplica en un 5% de los casos pero es frecuente en los adultos que sufren la enfermedad, acorta progresivamente los intestinos y suprime sus funciones.

Un fenómeno similar al detectado en España está ocurriendo en otros países industrializados. Sucede mucho menos en los poco desarrollados, apunta Martín Carpí. El tema es investigado por numerosos grupos científicos, que buscan un tratamiento con el que detener un proceso inflamatorio que, en los niños, llega a ser devastador. En ausencia de brote, estos niños pueden comer de todo, ya que ningún alimento se ha podido vincular de forma definitiva a las crisis, pero cuando empieza el dolor y todo lo que lo acompaña, quedan sin dieta soportable. Nada les aprovecha, cualquier cosa que logran comer les supone un malestar insufrible, tanto para ellos como a sus padres.

INCÓGNITA "Desconocemos por qué está pasando esto --dice Martín Carpí--. Se habla de la influencia de la dieta, de los contaminantes del tráfico, del gran consumo de medicamentos, pero ninguno de esos factores es determinante". También se considera posible, añade, que esta enfermedad, en cierta forma autoinmune inducida por el propio sistema inmunitario del enfermo, sea consecuencia del intenso control farmacológico de las infecciones que existe en Occidente. "Ese gran control da lugar a un sistema inmunitario poco desarrollado --dice--, un sistema de defensa que acaba atacando al propio cuerpo".