Nadie, 20 años después de uno de los episodios más espantosos de la historia negra de España, puede acreditar con pruebas si Antonio Anglés, acusado del crimen de las tres niñas de Alcácer, está vivo o muerto. Su fotografía sigue figurando en la web de Interpol como uno de los delincuentes más peligrosos y buscados del mundo. El símbolo rojo que figura junto a su nombre y su número de ficha, 1993/9069, acreditan que su búsqueda sigue viva, aunque en realidad, pocas cosas se han hecho en los últimos tiempos.

Las últimas diligencias que se conocen datan de hace tres años, del 25 de octubre del 2009, cuando el titular del juzgado de instrucción número 6 de Alzira, firmó un auto acordando las intervenciones telefónicas de varios números de teléfono de Kelly, la hermana de Anglés, y su correo electrónico. La teoría es plana, mientras ninguna prueba constate que el fugitivo ha muerto, la policía y la guardia civil lo buscan vivo.

UNOS HUESOS EN LA PLAYA Las escuchas apenas duraron dos meses, tras confirmar que las llamadas no arrojaban ninguna luz sobre el paradero del autor material del crimen de las niñas. Ni las conversaciones telefónicas de Kelly, ni sus cuentas económicas, que también fueron examinadas, así como algunas relaciones sentimentales de los últimos años. Nada de nada.

¿Y ahora qué? La investigación está parada. Y la Policía y la Guardia Civil esperan de que en algún lugar del mundo, el fugitivo sea detenido y que sus huellas, al cotejarlas con las de los fichados por Interpol, confirmen de que se trata de uno de los criminales más buscados en España. Otra posibilidad es que un día aparezcan unos huesos en una playa y que el ADN demuestren que pertenecen al hombre.

Anglés, que hoy tendría 46 años, es el principal sospechoso del secuestro y asesinato de las adolescentes Miriam García Iborra, Toñi Gómez Rodríguez y Desirée Hernández Folch, las niñas de Alcácer. Hoy se cumplen 20 años del día en que el apicultor Gabriel Aquino González y su consuegro José Sala Sala, subieron a la montaña a revisar unas colmenas y descubrieron, horrorizados, cómo emergía de la tierra lo que parecía ser un brazo con un reloj en la muñeca.

Junto a unos matorrales, un volante del hospital de La Fe hecho pedazos que, al ser reconstruido, estaba a nombre de Enrique Anglés. Los guardias civiles fueron a su casa y lo detuvieron junto con su amigo Miguel Ricart. Pero quien había ido al hospital realmente había sido Antonio Anglés, suplantando la identidad de su hermano Enrique, un joven con pocas luces.

EL BUQUE A DUBLÍN Ricart no tardó en confesar su participación en el crimen, junto con Antonio Anglés. Y empezó una operación de caza de Anglés, que 20 años después no ha finalizado.

Anglés llegó a Portugal, donde se hacía pasar por italiano y contó al drogadicto Joaquim Carvalho con el que convivió 15 días, que andaba buscando un barco que lo llevara a Brasil. El 19 de marzo, un periódico publicó que se había descubierto un polizón portugués en el mercante City of Plymouth. El inspector de la policía Ricardo Sánchez voló a Dublín. Pero el buque ya había atracado y Anglés se había tirado al agua con un chaleco salvavidas. La prenda apareció junto a la bocana del puerto. Pero ni rastro.

El 11 de septiembre de 1995 se encontró una calavera en una playa del condado de Cork, al sur de Irlanda. El cráneo llegó a España, y se cotejó el ADN de una muela con el de la madre de Anglés, Neus Martins. Pero no era Antonio Anglés. En marzo de 1996, dos guardias civiles viajaron a Uruguay después de que una prostituta asegurase tener un cliente con tatuajes similares a los de Anglés: la leyenda Amor de madre, un esqueleto con una guadaña y una chinita con sombrilla. Jamás dieron con el individuo. 20 años después algunos se preguntan si sus delitos han prescrito y si en caso de estar vivo, podría regresar a España.