Las naves estadounidenses Voyager 1 y Voyager 2, las sondas en activo con más años a sus espaldas, se han adentrado en los confines del sistema solar y están a punto de abandonar la heliosfera, la región o burbuja bajo influencia del viento solar, lo que supondrá su llegada al territorio inexplorado del espacio interestelar. Ahora se encuentran a 15.000 y 18.000 millones de kilómetros del Sol, respectivamente, una distancia tan impresionante que provoca que las señales que diariamente envían a la velocidad de la luz tarden en llegar a la Tierra ¡17 horas!

La NASA ha celebrado recientemente el 35 aniversario del lanzamiento de ambas sondas. La Voyager 2 partió el 20 de agosto de 1977, mientras que su gemela Voyager 1 lo hizo 16 días más tarde. Su objetivo inicial era el análisis de algunos planetas alejados, como Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, pero su odisea posterior ha servido también para profundizar en las regiones más alejadas del Sistema Solar. Ambas fueron lanzadas en 1977 aprovechando que los planetas que se pretendía visitar se colocarían en una situación que permitiría explorarlos uno tras otro, una conjunción planetaria que no se repetiría en 175 años.

EN GRAN FORMA Ya no envían fotos y la energía que les queda no permite grandes florituras en cuestión de trayectorias, pero siguen transmitiendo datos. "Escuchamos a las Voyager casi todos los días", recuerda Suzanne Dodd, directora del programa en el Jet Propulsion Laboratory (JPL) de la NASA. "Las dos están en gran forma y esperamos con impaciencia que lleguen al espacio interestelar", ha añadido el veterano profesor Edward Stone, que fue uno de los grandes impulsores del programa Voyager y luego dirigió el JPL.

Sin embargo, los científicos no pueden predecir con exactitud el momento en que la sonda franqueará la heliopausa, el límite teórico que señala el fin de la influencia del Sol, porque las características y dimensiones de esta enigmática frontera se ignoran en gran medida. Los datos enviados por las Voyayer sugieren que ambas ya han entrado o están entrando porque ha aumentado la detección de partículas de alta energía llegadas desde fuera de nuestro sistema solar. "En esa región, el impulso del viento solar se atenúa con el embate del plasma del medio interplanetario", explica Josep M. Trigo, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC), en Barcelona, que acaba de publicar el libro de divulgación Las raíces cósmicas de la vida (Edicions UAB).

El JPL estima que las sondas tienen suficiente combustible para seguir recopilando datos y enviarlos a la Tierra hasta al menos el 2020. Ambas reciben su energía a través de tres generadores que funcionan con el calor generado por la desintegración radiactiva del plutonio-238. En los años 70 del pasado siglo se pensó en este sistema, en lugar de los habituales paneles solares, porque estaba claro que no iba a haber suficiente luz en los lejanos confines de nuestro sistema. El Sol no es allí más que una estrella de escaso brillo.

Aunque las Voyager fueron en el momento de su construcción un prodigio de la técnica, sus procesadores tenían menos prestaciones que los de cualquier teléfono móvil actual. La capacidad de almacenamiento de datos en su vetusto grabador de cinta magnética, por ejemplo, era de 67 megabites, y la velocidad de transmisión de los datos hasta la Tierra se medía en kilobites por segundo. Los científicos del programa Voyager creen que no habrá que esperar mucho para dejar atrás la heliopausa. Muy pocos años. Sin embargo, lo que suceda con posterioridad es aún más misterioso. ¿Qué hay después? ¿Las sondas podrán sobrevivir? ¿Qué dirección tomarán?

Trigo recuerda que el Sol seguirá ejerciendo su influencia gravitatoria más allá de la heliopausa, al igual que sucede con la mayoría de cometas procedentes de las regiones más alejadas de la Nube de Oort. "Por tanto, las Voyager seguirán sintiendo el campo gravitatorio solar y mantendrán sus rutas por muchas más décadas, a no ser que tuviesen un casual e impredecible encuentro con algún cometa", insiste. El problema, concluye Trigo, es que los instrumentos de a bordo "quedarán directamente expuestos al embate de los llamados rayos cósmicos de alta energía que podrían literalmente freír algunos de sus circuitos. Por tanto, será cuestión de tiempo que cuando se suman en la profundidad del espacio dejen de transmitirnos su remoto eco".

Estarán en silencio, sí, pero seguirán volando. Y con ellas el disco de oro que llevan a bordo, diseñado por el profesor Carl Sagan, con una síntesis de la sabiduría humana, incluyendo música y saludos en un total de 54 idiomas diferentes. Es por si alguna vez resulta que son capturadas por una civilización extraterrestre.