La confesión de Ana ha llenado de estupor tanto el entorno familiar del pequeño Gabriel como a los vecinos que conocían bien al pequeñín. ¿Gabriel empuñando un hacha? Sería de risa o de película de serie B si el resultado no hubiera sido tan trágico. Gabriel era tan pacífico que ni siquiera había protagonizado riñas con ninguno de sus colegas de pandilla. ¿Cómo iba atreverse con un adulto?

Para los vecinos está claro que la autora confesa del crimen ha optado por intentar reducir la previsible condena con una versión light de los hechos. Cuando repasan cómo ha actuado Ana Julia Quezada durante los 12 interminables días de la desaparición no pueden dejar de estremecerse por su frialdad.

No una sino varias veces, llevó a distintos familiares directos de Gabriel al escenario del crimen, la finca de la familia de Ángel que había estado alquilada hasta hacía dos meses y que ellos estaban arreglando para utilizarla como segunda residencia.

Los llevó a visitar el lugar donde había ocultado el cadáver del pequeño, corriendo el enorme riesgo de que la descubrieran. ¿Para qué? Seguramente para mandar el mensaje de que allí no había nada que buscar en caso de que se sospechara de ella.

Aunque lograra alejar las sospechas sobre la finca, una de las preguntas es cómo los equipos de rastreo no hallaron el cadáver antes. No parece que lo depositara previamente en otro lugar. La investigación apunta más bien a que si lo cambió de sitio lo hizo dentro de la propia finca. Desde una colocación improvisada entre los mecanismos de filtrado de una pequeña piscina, a la especie de aljibe sin agua del que lo rescató el día en que fue detenida.

Equipos de rastreo

Si es verdad, como se ha informado, que fue de las primeras fincas que peinaron los equipos de rastreo, ¿cómo es posible que no lo encontraran? Parece imposible. La otra versión, según la cual el operativo no se adentró en la finca porque estaba vallada, carece completamente de sentido. Con pedir las llaves a la familia habría sido suficiente. Y ya sabemos todos que lo primero que se investiga en una desaparición de estas características es el entorno familiar.

Puede parecer una nimiedad, pero hay algo que ha incrementado aún más la ira popular contra Ana Julia Quezada. Para los traslados y la reconstrucción no ha escogido una prenda cualquiera. Se ha vestido con una sudadera roja con capucha, una prenda con las mismas características que la que portaba Gabriel el día en que se lo llevó. Es difícil que sea una decisión inconsciente en una mujer tan calculadora, parece más bien una última burla dirigida contra los que hace bien poco eran sus seres queridos y ahora se han convertido en sus mayores enemigos.

Otra pregunta inquietante que queda en el aire es la participación de un cómplice. Parece difícil que Ana pudiera llevarse al niño con su vehículo si salió varios minutos después, como la abuela Puri Carmen ha ratificado varias veces en sus declaraciones ante la Guardia Civil. Gabriel solía cubrir corriendo los cien metros que distan de la casa de sus primos y no solía tampoco entretenerse. En su confesión, la pareja de Ángel ha asegurado que lo alcanzó en el camino y le propuso ir a pintar en la finca de Rodalquilar, lo que el pequeño aceptó voluntariamente. ¿Perdón? ¿Gabriel preferiría ayudar en una reforma con una segunda madre con la que no se entendía muy bien antes que jugar con sus primos? Pero lo más incomprensible para todos es el porqué. ¿Por qué una persona que lo tenía todo, una pareja enamorada y una situación económica estable, lo cambió todo por el horror? Quizás nunca lo sepamos.