Puede suceder en el coche, en el sofá, en medio de la cena o al salir de la bañera. "Mamá, papá, ¿vosotros también os vais a morir?". Ha fallecido alguien cercano, y como el niño ya tiene edad para atar cabos, mira a los ojos de sus padres y por primera vez se cuestiona su finitud. Todas las respuestas se dan con el corazón en lágrimas, pero sin certeza alguna sobre el efecto causado, ni si esas son las palabras correctas. En ese paseo en coche, en plena película, mientras enrolla el espagueti o se seca los pies, el pequeño quema una etapa. Y se hace evidente que el hombre sabe explicar la vida, pero no la muerte. Así es Occidente, dicen los expertos. Un lugar que esconde su caducidad.

Basta con recordar toda la liturgia que acompaña al fallecimiento. El tanatorio, por ejemplo, a pesar de los esfuerzos del gremio por modernizarse, es la máxima expresión de la alienación del ser humano ante la pérdida de un ser querido. No tienen culpa alguna, pues son la representación comercial de la pésima gestión social de la muerte. En el cementerio, escenas que firmaría Berlanga: un paleta palillo en boca levanta un esmerado murito de ladrillos en el nicho ante la atenta mirada de la familia. Luego, todos para casa, con el duelo y el pasmo en el cuerpo. "Fíjate en la cultura anglosajona", invita el sociólogo y antropólogo Xavier Martínez Celorrio. "Después del funeral se van todos a comer a casa de un familiar".

NULA EDUCACIÓN

Es una catarsis que aquí apenas existe. Los expertos consultados coinciden en que en este país no se educa en la muerte. Se aparca porque da miedo. Se ningunea, ya sea por cuestiones religiosas o por temor irracional a crear un trauma en el pequeño. ¿Deben ir los niños al tanatorio? ¿Deben ver el cuerpo? ¿Hay que tratar el tema en las escuelas? ¿Hay que hablarlo en el seno familiar? ¿A partir de qué edad? Ni los padres ni los docentes disponen de las herramientas necesarias para abordarlo, si es que hay que abordarlo. Martínez Celorrio considera que el silencio sobre este asunto "viene dado por la cultura católica que, a pesar de que España es un país laico, convierte la muerte en un tema tabú rodeado de tinieblas y de tristeza". Se queja también del modo como despedimos a los nuestros, de esos funerales "en los que todos los presentes están incómodos y no saben dónde meterse ni qué cara poner", e insta a "formular un nuevo consenso moral sobre la muerte".

TEMA OCULTO Y AISLADO

Antes era un hecho corriente, mucho más mundano, de ir a casa del vecino porque ahí están velando al abuelo y no está de más ir a presentar las condolencias. Lamenta el antropólogo Manuel Delgado que la muerte "haya dejado de ser un fenómeno natural que se entendía solo como un hecho físico".

El cadáver hasta hace pocos años no era una presencia extraña en casa como sí lo es ahora. "Es una evidencia que la cultura occidental esconde la muerte ante los niños. Lo ideal sería que no se tuviera que hablar de ello, que fuera algo tan natural que se asumiera sin necesidad de grandes charlas en casa o en la escuela". Para Delgado, sería conveniente que las familias volvieran a mostrar respeto a los suyos en el hogar, desde la absoluta normalidad, porque de lo contrario "se niega la familiaridad y la proximidad" con algo que nadie puede evitar a pesar de que Eduard Punset defienda que no está demostrado que vaya a morirse aunque la experiencia diga lo contrario.

Isabel Ferrer es psicóloga y responsable de un pionero Centro de Urgencias y Emergencias Sociales (CUES), encargado, entre otras cosas, de notificar el fallecimiento de víctimas de tráfico, entre otras tragedias de incómoda administración. Se sorprende de haber encontrado a hombres de 25 o 30 años que nunca en su vida han visto un cuerpo, y se pregunta por qué ahora todo lo relacionado con la muerte "está tan oculto, tan aislado de los niños". "Un niño de entre 6 y 11 años puede empezar a entender la muerte sin problemas, a través de cuentos, de ejemplos, de las flores, los animales. Esconderla no es sano ni genera naturalidad, aunque sí hay que respetar los procesos de cada niño, pues uno puede necesitar más o menos tiempo para encajarlo", advierte.

Los profesionales del CUES no esconden la muerte ni se escudan en metáforas que solo despistarían al pequeño. No se detienen en detalles innecesarios, pero si se trata de un suicidio, se encargan de explicarlo de la manera menos dañina posible. Tampoco sirve de nada, señala, "decir que se ha marchado al cielo o que está durmiendo, porque la verdad llegará tarde o temprano y puede ser peor". Añade el teólogo Juan José Tamayo que lo ideal es hacer entender que se trata "de una experiencia humana más, una invariable que ayuda a entender y asumir el carácter finito y contingente del ser humano".

Entonces, ¿cómo responder al niño que pregunta sobre la muerte de sus padres? Delgado receta para estas ocasiones transparencia y contundencia; porque son cuatro días: "Conocer la muerte ayuda a disfrutar de la vida, así que dile que aproveche la suya".