Escena 1: Exterior Noche. Sábado, 2 de julio. La calle central de Lampedusa tiene todas sus terrazas llenas. La gente cena en mesas reservadas mientras mira inquieta las pantallas de televisión que todos los restaurantes han instalado para no perder un solo cliente. Se está jugando el Alemania-Italia, partido de cuartos de final de la Eurocopa 2016. Final anticipada, dicen los cronistas deportivos. Europa otra vez paralizada. Ahora por un partido de fútbol.

Escena 2: Exterior noche. Ese mismo día, a esa misma hora, en playas libias como Zuara y Sabratah centenares de personas escuchan inquietas las últimas indicaciones del traficante que les ha cobrado lo que no tienen para intentar llegar hasta Lampedusa con una barca neumática pensada para cualquier cosa menos para llegar a Lampedusa. Antes de embarcarlos, por si fuera poco lo sufrido antes de llegar hasta Libia, les quitarán su equipaje, para que quepa más gente en la barcaza. Hasta 150. A una media de 500 euros por persona- hagan las cuentas del negocio. Ya con el umbral de la crueldad totalmente rebasado, el traficante también les pide que se deshagan de los zapatos. Mejor hacer la travesía descalzos. Zarparán sin nada. Y así esperan iniciar una nueva vida. Sin nada.

BARCAS PRECARIAS

Esto no es una peli de ficción. Estas dos escenas suceden a escasos 300 kilómetros de distancia. Por medio, un mar de desigualdades que funde dos continentes. El Mediterráneo, rebautizado por algunos como el Mare Mortum. Hace dos días que el Astral --el barco de rescate de la oenegé Proactiva Open Arms-- atracó en el puerto de Lampedusa, tras tres jornadas de travesía desde Badalona. Por el camino, el capitán Andreu Rul lan ha confirmado sus sospechas: el barco no pasaría una ITV. Pero ya es tarde para tirarse para atrás. Saldrán como puedan, algo que provoca no pocas tensiones entre la tripulación. Pero son más fuertes las ganas que cualquier impedimento. Porque aquí sí que mandamos la nave a luchar contra los elementos.

El domingo, el Astral zarpa hacia la costa libia. Puede acercarse como mucho a 12 millas. A partir de ahí, corre el peligro de que supuestos guardacostas libios se la líen parda. El lunes, el equipo del Astral aprovecha para probar sus zodiacs y equipos de salvamento, o que el sistema de evacuación de los lavabos funcione. Todo OK, menos lo de los lavabos. Pero en estas circunstancias esa no es una avería de primer grado. El parte meteorológico clava la previsión. El martes el Mediterráneo no es un mar, es un estanque. No hay ni una ola. Ni una gota de viento. Día ideal para la operación salida desde Libia, aunque aquí no habrá ninguna DGT que nos informe del número de personas que se espera que se desplacen, ni de las retenciones, ni de los accidentes.

El sol no ha salido y a estas horas no tenemos ni idea de que este 5 de julio se batirá el récord de rescates en el Mediterráneo en un solo día. Pasadas las 4 de la madrugada avistamos la primera barcaza neumática cargada de personas. Podría decir emigrantes. Podría decir refugiados. Pero creo que es bueno que hablemos de personas. En menos de dos horas tenemos a nuestro alrededor hasta tres dinguis (así se les llama en el argot náutico a esa barcas neumáticas). Más de 400 personas a la deriva. La que liaríamos si en vez de negras fuesen blancas.

En medio de ese panorama aparece otro dingui, más pequeño, con ocho tripulantes. No parecen en apuros y pasan olímpicamente de las otras barcazas. Vienen directos hacia nosotros. Algunos de sus ocupantes van armados hasta los dientes. Los que tenemos menos experiencia en estas situaciones nos miramos con cara de "vamos a pringar". Son los supuestos guardacostas libios. Creen que estamos en sus aguas jurisdiccionales.

El capitán sube a uno de ellos a cubierta para demostrarle que no es así. Le enseña el GPS y efectivamente no hemos rebasado esas 12 millas territoriales. Al comprobar su error, el chico sonríe y acepta un trozo de tableta de chocolate que ronda por el puente de mando. Son tan jóvenes que da la sensación de que ese día han decidido jugar a ser guardacostas. Ojalá fuese un juego. Lástima del collar de balas que alguno de ellos luce. Repartiéndose el chocolate, como si viniesen de hacer un truco o trato de Halloween, los chavales se van entre risas y haciéndonos el símbolo de la victoria. Por radio nos llega el aviso de que se acaba de avistar una barca de madera. En estas barcas acostumbran a ir el doble de personas que en una neumática. Hasta 400. La mitad en la cubierta y la otra mitad en la bodega. Una lancha del Astral se acerca hasta allí. Se les ha parado el motor. Y Savvas, marinero griego ahora en misión humanitaria, se sube a la barcaza y lo arranca. La reacción de la tripulación es ponerse a cantar. Hoy han visto amanecer, que no es poco, y hacen palmas de alegría, a las que se suman los socorristas Iñaki, Joaquín y Óscar. Piel de gallina, y no es por el frío.

El Astral no es un barco preparado para subir a las personas rescatadas a la cubierta. Pero ese martes, el aluvión es tal que no hay más remedio. Algunos llevan aún la arena de las playas libias pegada a su piel. Hiela la sangre cuando te relatan sus últimas horas. Cuando se embarcan les dicen que vayan hacia las luces que se ven en medio de la noche. Ellos piensan que eso ya es Europa. Pero no. Son las luces de las plataformas petrolíferas libias. A otros les dejan en el mar con el combustible justo para cubrir las 20 millas a partir de las cuales operan la mayoría de oenegés y barcos de diferentes ejércitos europeos. Cualquiera de los rescatados, cuando les enseñas un mapa del Mediterráneo y les pides que se ubiquen, creen que ya están en Italia, otros en Grecia. Te cuesta decirles la verdad, pero cuando les muestras que en realidad están a pocas millas de Libia, y que no han hecho ni una quinta parte del viaje tantas veces soñado, su cara refleja una mezcla de desconcierto, impotencia, tristeza, y una pregunta sobrevuela: "¿Acabo de arriesgar mi vida para esto?".

LA MIRADA DE LA NIÑA

Hay una mirada en la que refugiarse. La de una niña de tres o cuatro años que parece ajena a todo el drama. La ha subido al barco Marco, un pedazo de marinero que la ha cogido como quien sostiene una porcelana fina. Ahora ya juega con un globo que le han inflado los médicos Guillermo y Rafa, mientras ellos atienden uno a uno a todos los rescatados. Y Fernando demuestra que, además de prepararnos la comida, sabe preparar biberones. Esa niña ya es la niña de nuestros ojos.

Impresiona la docilidad con la que todas las personas recién llegadas al barco reciben cualquier información. La docilidad con la que aceptan que no hay más agua. Que no hay más comida. Que ahora tenemos que transportarlos a un barco militar y que no sabemos decirles dónde acabarán luego. Y en medio del cansancio, de la dudas, de la decepción, de la incertidumbre... uno de ellos nos pregunta: "¿Sabéis cómo acabó el Alemania-Italia?". Y con esa pregunta le da la vuelta al marcador.