La última noche de su trabajo como enfermera en Sierra Leona con Médicos Sin Fronteras, Kaci Hickox fue llamada a medianoche para atender en la clínica de campaña para enfermos de ébola a una niña de diez años. Le puso como pudo en la boca unas pastillas de paracetamol pulverizadas y un fármaco contra las convulsiones, pero no pudo evitar el desenlace. "Fue la noche más dura de mi vida --escribió el sábado en el Dallas Morning News. Vi morir a una niña en una tienda, lejos de su familia".

Ahora, es ella la que se ha visto aislada en una carpa con un retrete portátil pero sin ducha, sin más conexión con el exterior que su móvil y sufriendo un trato "realmente inhumano". Su encierro no ha tenido lugar en África, sino junto a un hospital de Nueva Jersey, a cuyo aeropuerto, Newark, tuvo la mala suerte de regresar el viernes, justo el día en que el gobernador, Chris Christie, tomaba la polémica decisión de imponer al personal médico en contacto con enfermos del virus cuarentenas obligatorias en instalaciones públicas.

Ese paso, que va más allá de las precauciones recomendadas por las autoridades federales, lo adoptó también el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, y unas horas más tarde se sumaron con medidas similares sus homólogos de Illinois y Florida. Pero la suma no hace la fuerza y desde la Casa Blanca hasta la ONU y la comunidad científica se les han echado encima por primar el miedo sobre la ciencia y la política sobre la medicina.

Fuentes de la Administración han criticado que los gobernadores tuvieran una reacción "descoordinada, muy apresurada y sin base científica" después de que el jueves se detectara el primer caso de contagio en Nueva York. En la ONU, ayer un portavoz de Ban Ki-moon, el secretario general, mostraba su "preocupación" ante medidas que "mandan la señal equivocada" y pueden desanimar a voluntarios a ir a combatir el ébola en África, la única forma de acabar con la crisis. "Son personas excepcionales que se están sacrificando por la humanidad --dijo Stéphan Dujarric--. No deben ser sometidos a restricciones que no están basadas en la ciencia".

En el caso de Hickox la maldición estuvo en unas décimas de fiebre causadas por el cansancio de dos días de viaje y el enfado por el trato inquisitorial y despectivo que sufrió en el aeropuerto, donde pasó siete horas tratada "como si fuera una criminal". Llegó el encierro y el sábado tuvo que escuchar a Christie asegurando que estaba "obviamente enferma", pese a que la temperatura en una segunda medición había bajado a los 37 grados y su selfie confirmaba su perfecto estado.

En vez de resignarse, Hickox denunció su aislamiento, contrató a un abogado y se convirtió en emblema. Hasta el alcalde de Nueva York, Bill De Blasio, denunció: "Esta heroína en su regreso del frente, tras haber hecho lo correcto, ha sido tratada con falta de respeto".

Ayer Christie cedió a la presión y anunció que se permitirá a la enfermera completar los 21 días de cuarentena en su casa en Maine, aunque se negó a disculparse y no habló con Hickox.