En 1911, el físico Theodore von Kármán descifró un problema arquitectónico que ocasionaba que algunas chimeneas robustas se derrumbaran ante el empuje del viento con más facilidad de lo esperado. Lo que sucede es que cuando un fluido armonioso se encuentra en su camino con un objeto más o menos circular tiende a crear a su alrededor una especie de remolinos que lo pueden hacer vibrar.

Para evitar el fenómeno, conocido como "calle de vórtices de Von Kármán", a algunas chimeneas se les colocan unas aletas helicoidales que rompen la forma perfectamente esférica y evitan vibraciones. En cambio, a los ingenieros de la joven empresa Vortex Bladeless les encanta la oscilación generada por los vórtices. Es más, creen que pueden aprovechar estas propiedades para generar energía.

"Hemos creado un molino sin aspas que se basa en ese mismo fenómeno", relata desde Boston uno de sus socios fundadores, David Suriol. El diseño resultante se aleja de los aerogeneradores clásicos y parece "un bate de béisbol invertido clavado en el suelo".

Los molinos sin aspas producen menos electricidad que los que hasta ahora conocemos, pero ese inconveniente se compensa, según los responsables de la empresa, con los menores gastos de fabricación y mantenimiento y, especialmente, con el hecho de que pueden colocarse muy cerca entre ellos, sin molestarse ni reducir su eficiencia. En cualquier caso, dice Suriol, su tecnología no rivaliza con otras energías renovables, sino que las complementa. "Creemos que el modelo puede ser muy interesante para autogeneración en viviendas y en lugares donde es dificil que puedan llegar los grandes aerogeneradores", pone como ejemplo.

Micromecenazgo

La idea ha tenido buena acogida en medios académicos y fue también una de las ganadoras del Fondo de Emprendedores de la Fundación Repsol, pero las dificultades para ponerla en marcha han forzado a la Vortex Bladeless a trasladar a Boston su oficina comercial y a tener que abrir una página de micromecenazgo en la web Indiegogo. "En EEUU, donde hay inversores especializados en este campo, hemos logrado en tres meses lo que no habíamos logrado en España, donde todo es muy complicado", dice Suriol, recordando la actual normativa sobre energías renovables y las dificultades para impulsar el autoconsumo.

Aprovechar la oscilación de la vorticidad es lo esencial, pero el éxito no sería completo sin piezoelectricidad, una característica de algunos cristales y otros materiales que, cuando se tensionan, generan un campo eléctrico a partir del cual se puede producir voltaje. Finalmente, un alternador transforma esa energía y logra electricidad. "Nos apoyamos en principios conocidos --insiste otro de los socios, el ingeniero Raúl Martín--. Lo que pasa es que nuestro molino, en vez de girar, oscila, y logramos la electricidad sin necesidad de engranajes".

En dos años

Los "bates de béisbol" son unos cilindros huecos con las paredes de fibra de vidrio, un material ligero que permite construir estructuras rígidas "sin riesgo de que se rompan", insiste Suriol. Están anclados al suelo con una varilla de fibra de carbono. Entre otras ventajas, destaca la reducción de la materia prima utilizada y de los costes de fabricación, así como la ausencia de ruido y la disminución de la mortalidad de aves.

Los primeros diseños medían 40 centímetros y se pusieron a prueba en un túnel de viento. Luego llegaron los de tres metros y 100 vatios. El primer modelo comercial, que podría llegar al mercado en dos años, tendría un diseño de 13 metros de altura, menos de 100 kilos de peso (incluyendo el anclaje) y capacidad de producir unos cuatro kilovatios, "lo que contrata normalmente una casa en Europa", concluye Suriol.