Holanda, uno de los países que más se resistió en siglo XIX a abolir la esclavitud (aunque la plusmarca de pereza en esta materia fue de España), celebró en el 2013 un acto oficial de arrepentimiento por ese lamentable pasado. Un país que comerció con la vida de más de medio millón de personas. Lo interesante de aquel acto de contrición fue la presencia en la ceremonia de la familia real holandesa y del primer ministro. En España, el análisis del pasado negrero permanece aún encerrado casi exclusivamente dentro de los espacios académicos, y es allí donde se ha alumbrado la última aportación, que de tan interesante que resulta ser ha decidido publicarla en forma de libro la editorial Icaria bajo el título 'Negreros y esclavos', un repaso al papel de Barcelona y sus municipios costeros cercanos en el tráfico de personas entre los siglos XVI y XIX. Es, de la mano de ocho historiadores, una rigurosa y a la par cruda descripción de la trayectoria de algunos capitanes negreros catalanes y, también, de cómo el fruto de aquel sucio negocio contribuyó en parte a levantar el Eixample o a que el primer tren de la península (no de España, porque técnicamente el primero estuvo en Cuba) fuera el que unía Barcelona con Mataró.

La esclavitud es una materia de dimensiones oceánicas. Se puede abordar desde múltiples perspectivas. "Quien quiera comprar una negra de 18 años, que sabe coser, planchar y lavar, acuda a la oficina de este diario, en donde le informarán con quién se ha de conferir", publicaba el 'Diario de Barcelona', en su página de anuncios, el 1 de julio de 1799. En el libro, el profesor Eloy Martin Corrales analiza la cotidianidad de la presencia de esclavos en Barcelona a través del paciente rastreo de las fuentes de la época, principalmente actas notariales y prensa. El también profesor Martín Rodrigo Alharilla reconstruye la trayectora de cuatro capitanes negreros catalanes cuando este ya era un negocio ilegal. Son las vidas de José Carbó, Pedro Manegat, Gaspar Roig y Esteban Gatell, puestos bajo la lupa gracias, sobre todo, a las facilidades que el Reino Unido proporciona desde el punto de vista documental. Son cuatro ejemplos cuando podrían ser muchos más, porque como Rodrigo Alharilla apunta en las primeras páginas, la presencia de antepasados negreros entre la actual mesocracia europea es muy común, de ahí que se permita, a modo de introducción del libro, realizar un preciso boceto sobre los antepasados esclavistas de Artur Mas.

Expos, Juegos Olímpicos y esclavos

Lo interesante de este trabajo general de investigación es, sin embargo, cómo invita a reconsiderar puntos de vista sobre los que hay un inexplicable consenso social. El historiador Xavier Juncosa dedica uno de los capítulos a Jaume Torrents Serramalera, cuyo nombre se exhibe como el del indiano ejemplar, empresario, benefactor y hombre de fe, y del que se traspapela su pasado negrero. Al hilo de la historia de Torrents, el investigador afirma: "A menudo se ha escrito que Barcelona, al ser una gran capital sin Estado, ha construido su contemporaneidad a partir de tres momenos catárticos, la Exposición Universal de 1888, la Exposición Internacional de 1929 y los Juegos Olímpicos de 1992. También se ha defendido, con cierta desvergüenza, que Barcelona no tiene pasado colonial y no es ni ha sido jamás una ciudad colonialista". Para Juncosa, son dos tesis que solo se sostienen por el silencio que institucionalmente se ha impuesto sobre esta materia. No en vano, el libro no desaprovecha la oportunidad de recordar aquellos tiempos en que Jordi Pujol reñía a historiadores como Josep Maria Fradera por investigar ese pasado.

Aunque Cadiz fue el gran puerto negrero de España, Barcelona fue en su momento la sede principal de lo más parecido que ha habido en la península a un partido negrero, la Liga Nacional de Barcelona, heredera directa del Círculo Hispano Ultramarino, cuyo principal empeño fue impedir la abolición de la esclavitud en Cuba, que tan buenos beneficios reportaba a la burguesía catalana. Esto fue en 1872. No hace tanto, en realidad. Los argumentos de aquel lobi los resumió con descaro uno de sus miembros, Josep Puig Llagostera, empresario y diputado en las Cortes Generales, cuando exclamó, en una frase que ha pasado a la historia, “sálvense las colonias y piérdanse los principios”, una versión indigna del 'la pela és la pela'.

En 1872, las revueltas abolicionistas en Cuba habían propiciado que parte de las fortunas allí afincadas regresaran a casa, a Barcelona. Bajo el romántico apodo de 'indianos' se colaron no pocos negreros, que invirtieron en la expansión de la ciudad tras la caída de las murallas medievales. Antonio López, marqués de Comillas, suele ser el chivo expiatorio de todos ellos. 'Negreros y esclavos',que el martes a las siete de la tarde se presentará en sociedad en el Museu Marítim de Barcelona , se publica con el propósito de aclarar las cosas.