China despidió anoche a la oveja y saluda al mono. El año nuevo, que el calendario lunar fijó en el 8 de febrero, inició el Festival de Primavera. Las principales festividades en China son una suerte de Navidades por el sentido familiar, el desprecio de la báscula y las centenarias tradiciones que sobreviven al proceso globalizador 30 años después de la apertura.

La semana de vacaciones que sucede al año nuevo ofrece un aspecto desacostumbrado de China. Pekín y otras grandes urbes del este amanecen sin rastro de tráfico y con restaurantes y tiendas cerradas. Es aconsejable llenar la nevera como si se aproximase una glaciación. China está inmersa en un proceso de urbanización meteórico, pero estos días recuerda su raíz agraria. Cientos de millones de chinos protagonizan el mayor éxodo anual del mundo al abandonar las arrogantes ciudades y provincias manufactureras del este para reunirse en las rurales del interior con su familia.

El Festival de Primavera es el periodo más feliz, pero también el más penoso por las dificultades de viajar. Ni siquiera un sistema de transportes ejemplar para un país en vías de desarrollo puede gestionar los 3.000 millones de desplazamientos calculados. Conviene comprar los billetes de tren o avión con meses de antelación y estar preparado para las apreturas y esperas. Cualquier incidente puede romper las costuras del sistema y este año le tocó de nuevo al frío. Las nevadas del centro del país han cerrado aeropuertos y empujado a los viajeros a los ya congestionados trenes.

Unos 100.000 viajeros permanecieron varados durante un par de días en la estación de Guangzhou, antes Cantón. De ahí, el epicentro de la fábrica global, parte el grueso de los mingong (emigrantes laborales) con sus zapatos de filtro, sus ahorros duramente ganados en extenuantes jornadas y sus pertenencias en fardos o maletas de cartón, para reencontrarse con los hijos y padres que dejaron atrás. Es necesario pasarse por la estación de Guangzhou antes de fin de año para entender este país. Las imágenes tomadas por drones en la estación mostraban una marea inerte y paciente. Dos siglos de dramas han convertido al pueblo chino en el más capaz de afrontarlos con calma confuciana. El desarrollo de la clase media ha estimulado la migración exterior. Seis millones de chinos viajarán durante esta semana al extranjero, según la web especializada Ctrip. Estos días se ven más chinos en las playas tailandesas que en algunas ciudades.

La liturgia contempla una cena pantagruélica (si la comida abunda esa noche, abundará el resto del año, creen), la rancia y paquidérmica gala de la televisión pública (700 millones la vieron el pasado año, la mayor audiencia en el mundo) y los fuegos artificiales para ahuyentar los malos espíritus.

Del Año del Mono se esperan buenas oportunidades para los negocios y un entorno económico más propicio. Cuando los expertos pronosticaron grandes desastres el pasado año, muchos chinos pensaron en la naturaleza. El terremoto, sin embargo, llegó en las bolsas. La peor crisis de los parqués, cuyo fin no se adivina, ha jibarizado los ahorros de cientos de millones de pequeños inversores.