El barrio madrileño de Lavapiés, lo más parecido al Chino que hay en la capital de España, sufre la plaga de los narcopisos desde hace más de cuatro años. La batalla abierta por los vecinos directamente afectados ha cosechado ya varios éxitos desde entonces, pero cada vez que logran una victoria, los narcokupas consiguen en pocos días recolocarse en otra finca con asombrosa facilidad.

Mientras la mayor parte de las administraciones e incluso las asociaciones de vecinos tradicionales se encogen de hombros, los pequeños delitos y la inseguridad se extienden por el barrio. En un Excel actualizado constantemente, Begoña, presidenta de la Plataforma del Barrio de Lavapiés, lleva el registro desde el año 2013: sobre 98 narcopisos detectados, ya se han logrado cerrar 29. De estos, nueve están tapiados y los 20 restantes alquilados o vendidos. Pero el problema sigue vivo como mínimo en 55 pisos que ahora mismo son el objetivo de la plataforma.

Como ocurre, por ejemplo, también en el Raval barcelonés, los pisos son utilizados indistintamente como narcosalas y punto de venta, sobre todo de heroína y crack, y, en menor medida, de cocaína y marihuana.

«Son drugstores de la droga abiertos 24 horas los 365 días del año. El telefonillo suena a todas horas», certifica un vecino, al que llamaremos Pepe. Él sufre cada día en sus carnes la inquietud de toparse con las decenas de heroinómanos que acuden a la tienda de su escalera. «No sabes qué es peor. Si toparte con ellos cuando suben y están con el mono o cuando ya se han pinchado. Cuando suben para conseguir el dinero necesario para la dosis. Y cuando bajan no saben ni lo que hacen», apunta otra vecina a la que llamaremos Sofía, que convivió con un narcopiso en su escalera de la plaza de Lavapiés durante nueve meses en los que «dormía a base de orfidales» y que ahora ayuda a las nuevas víctimas del fenómeno.

Sofía recuerda cómo una vez tuvo que subir a la carrera hasta su casa perseguida por un toxicómano que intentaba robarle. Aún no sabe cómo consiguió abrir y cerrar tan rápido para poder darle con la puerta en las narices.

En la misma finca, una anciana de 85 años vio mientras cocinaba que un hombre intentaba entrar por la ventana del patio interior para robarle. A una chica le entraron en su piso mientras estaba de viaje y las reparaciones le costaron 20.000. Hay que sufrir la suciedad, malos olores, vómitos, sangre, jeringuillas, ha habido incendios, enganches a la luz de los vecinos... Los que están de alquiler y pueden permitírselo se acaban marchando.

Las peleas entre narcos, a gritos y golpes, es otra de las condenas que deben de soportar. Unos rumanos con residencia narcokupa en la calle del Olivar, rompieron el marco de la puerta para entrar, después de que sus colegas no les franquearan al paso. Recientemente, en otra finca, echaron a uno a la calle desde un balcón y frente a un portal hubo un apuñalamiento. Una de las pautas conocidas por la policía es que alrededor de cada narcopiso la delincuencia se multiplica. Sobre todo proliferan los tirones y los robos al descuido protagonizados por los clientes más adictos.

MIEDO Y AMENAZAS

Muchos de los vecinos están amenazados. Los narcos, que también dispensan la droga en las calles del barrio, conocen también quiénes son sus vecinos y no se andan con chiquitas. «Te das cuenta de que te siguen con la mirada en la calle para que veas que saben quién eres», cuenta Pepe, que lamenta «tener que vivir así» en su propio barrio.

Uno de los casos de amenazas más insólitos es el que sufre un vecino al que los narcos le obligan a prestarle el móvil para hacer sus llamadas. Como el narcopiso está encima de la casa del chantajeado, si este se niega inundan el suelo para provocarle filtraciones en su casa.

Las pautas de la narcokupación son siempre las mismas. Las mafias, formadas sobre todo por ciudadanos subsaharianos y en menor medida por marroquís, rumanos y españoles, controlan los pisos que están vacíos y el mejor momento para hacerse con ellos.

El narcopiso de la finca de Pepe llevaba diez años vacío. Los narcos lo sabían y aprovecharon el mes de agosto para tomar posesión del mismo. «Cuando volvimos de vacaciones nos encontramos con el problema». No sabe cómo, pero se hicieron con las llaves del portal. Su vida y la de sus hijos es un infierno desde entonces.