A una hora en metro de Manhattan, en uno de los barrios más pobres de Nueva York y de todo EEUU, se alza un gran bloque de ladrillos. En él no se fabrican ni ruedas de coche ni muebles, sino genios de las ciencias. Se trata del Bronx High School of Science, un instituto público del que han salido ocho premios Nobel y seis Pulitzer, y que es uno de los mejores del país.

Eso se nota en su interior. Trofeos y pósteres anuncian los galardones con que alumnos y exalumnos han sido distinguidos. En la lista de los laureados con el Nobel ya está el último, Robert F. Lekfotkvitz, quien recorrió los pasillos de la escuela en 1959 y que este año ha sido premiado con el de Química.

Investigar, descubrir y crear es el lema de esta fábrica de talentos fundada en 1938 y dirigida desde el 2001 por Valerie Reidy. Orgullosa de ser una de las caras visibles de tanto éxito, la directora atribuye los méritos del centro a su particular método educativo. "Hacemos partícipes a los alumnos en el aprendizaje, los incentivamos para que se hagan preguntas y no les damos las respuestas, solo les guiamos". Nada que ver, por lo tanto, con esas clases magistrales en los que los estudiantes se limitan a escuchar y a intentar asimilar los conocimientos que les transmiten los profesores. En estas aulas no hay tarimas y el maestro está al mismo nivel que los alumnos.

No memorizar

Aunque siguen teniendo libros de texto, en el Bronx High School of Science sus estudiantes dicen no saber lo que es empollar. "No memorizamos; solo algún aspecto de algo que nos ayudará a entender el resto", asegura Amanda Ruiz. Ella, al igual que sus compañeros, está realizando un proyecto de investigación. En sus experimentos, simula el efecto de una proteína sobre la leucemia aguda en el sistema inmunológico. Lo comenta sin vacilar al hablar de complejos conceptos científicos. "En inglés, Amanda", le interrumpe Reidy. Como recuerda la directora, Amanda, de 17 años, hija de inmigrantes latinos (el 75% de los estudiantes pertenecen a minorías étnicas), "es de la primera generación de mujeres que creen en el sueño americano, que ven en la educación una vía para conseguir lo que quieren". En su caso, ser veterinaria.

De madre italiana, también representa a esa primera generación de mujeres Sarah Sutto-Plunz, que por su proyecto sobre cómo se desprenden las proteínas con una estructura anormal de las células ha quedado semifinalista en la competición nacional Siemens 2012. Reconoce que le resulta "inspirador" saber que en los mismos laboratorios en los que trabaja lo hicieron los ahora Nobel. Si algún día esta aspirante a abogada medioambiental llegara a serlo, se convertiría en la primera mujer del Bronx High School of Science laureada con el galardón.

Aunque la escuela empezó siendo solo de chicos, y eso podría explicar que aún no haya dado ninguna mujer premiada con un Nobel, ahora el porcentaje es bastante igualado (57% de chicos por 43% de chicas).

El 99% de los graduados en el Bronx of Science acceden a la universidad. Muchos ingresan en las de élite, como Yale o Harvard. En este proceso hacia el college (la facultad, en el sistema educativo estadounidense), lo más difícil empieza sin embargo al querer entrar en la escuela, cuando tienen que hacer el examen de ingreso. El SHSAT, un test de dos horas sobre matemáticas y lengua, cada año por estas fechas hace la criba de los jóvenes que quieren estudiar en un instituto especializado. El año pasado se presentaron cerca de 25.000, y más de 19.000 solicitaron una plaza. Solo unos 700 fueron admitidos.

La competitividad en esta fábrica de científicos (aunque de ahí también salen promesas de las ciencias sociales y las humanidades) lleva muchas veces a los estudiantes a dormir "dos o tres horas diarias". Y es que, dicen, después de la escuela y las actividades extraescolares les esperan "cinco horas de deberes".