Los tilacinos, también conocidos como tigres o lobos marsupiales de Tasmania, se extinguieron cuando Benjamin, un macho que vivía en el zoo de la ciudad de Hobart, falleció de frío en 1936. Había sido capturado por un agricultor tres años atrás. Era el último superviviente de una especie que hasta el siglo XIX había sido relativamente habitual en Tasmania y que en tiempos históricos había vivido también en Australia y Nueva Guinea. Los tilacinos son ahora un conocido y paradigmático ejemplo de cómo el acoso humano puede acabar con una especie en cuestión de décadas. Si alguien quiere saber cómo eran realmente, aún tiene la oportunidad de observar varios ejemplares disecados (o partes) en museos de varios países, incluido uno completo en Madrid.

Oficialmente, tras medio siglo sin observaciones, la especie fue declarada extinta en 1986. Sin embargo, dos recientes avistamientos de animales cuadrúpedos de un tamaño similar han reanimado la esperanza de que algunos tigres de Tasmania hubieran resistido a la extinción. Y lo más sorprendente del caso es que los supuestos tilacinos no han sido observados en Tasmania, sino en la vecina Australia, donde no se ha documentado ninguna evidencia en los últimos 2.000 años.

Hay que ser prudentes porque las leyendas sobre los tilacinos se iniciaron desde el mismo momento de la muerte de Benjamin. De hecho, desde entonces se ha informado de al menos 5.000 supuestas pistas, incluyendo pisadas, excrementos, avistamientos y fotografías siempre borrosas, que en buena parte acabaron siendo de perros salvajes o dingos (lobos australianos).

Pero esta vez es diferente. Los dos avistamientos se han producido en la misma zona, la península de Cape York, un vasto territorio apenas poblado -solo algunas comunidades aborígenes- en el norte de Australia, y sus autores han sido un veterano empleado del servicio de parques nacionales del estado de Queensland y un excursionista con experiencia en la zona. Aunque ambos avistamientos tuvieron lugar de noche, ofrecieron descripciones detalladas y plausibles.

Por la información suministrada -tamaño, color de los ojos, comportamientos y otros atributos-, «no podían ser ni perros ni dingos ni cerdos asilvestrados», ha destacado en un comunicado la Universidad James Cook, en la ciudad de Townsville.

Así que el profesor Bill Laurence y otros investigadores de la misma universidad han decidido iniciar una búsqueda en la zona. El rastreo se iniciará este mes.