Un niño un poco raro, reservado, tímido, pero del que nunca uno podía esperar que causara problemas de esta magnitud. Los alumnos del IES Joan Fuster compartían ayer un mismo relato sobre la figura de M., de 13 años. "Le gustaba todo lo militar y las armas", relataba un estudiante de segundo de ESO. Le encantaba, comparten sus allegados de clase, la serie The walking dead, en la que uno de los protagonistas usa una ballesta. "Hace un tiempo nos dijo que un día mataría a alguien, y lo ha cumplido", remachaba un compañero de pupitre. Era un joven con sus cosas propias de la edad, pero con el añadido de una enfermedad mental que explotó.

Pedía una psicóloga encargada de atender a los alumnos y profesores del centro que no se estigmatice ni la situación ni al agresor. Vino a reclamar que quede claro que esta es una situación excepcional, y que no todos los que comparten esta dolencia acabarán igual. O que si a un adolescente le gusta cubrirse la cabeza con una capucha, como es el caso del presunto agresor, no significa que cualquier día vaya a perpetrar una masacre. "Hay que tratar el caso como lo que es: una desgracia totalmente aislada, sin etiquetas".

Hecha la aclaración, y sin ningún ánimo de estigmatizar a M., los que le conocen y ayer tenían a bien hablar de sus hábitos y querencias, explicaban que hace un par de meses blandió en el patio una lista con nombres. "Es mi lista negra", dijo. Los otros se rieron porque, ¿quién no tiene en la cabeza la relación de personas que peor le caen? No le dieron importancia hasta ayer. También le vieron con extraños dibujos que, al parecer, eran una invitación del psicólogo para que ilustrara sus sueños, sus pensamientos.