Tras un retraso de un día por un pequeño problema técnico, el satélite europeo LISA Pathfinder ha despegado sin contratiempos a bordo de un cohete Vega que se elevó a las 5.05, hora española, desde el puerto espacial de Kurú, en la Guayana francesa, según informó la Agencia Espacial Europea (ESA). Dos horas después, el satélite se separó del lanzador e inició su viaje en solitario hacia el llamado L1, un punto del espacio donde se anulan las fuerzas gravitatorias del Sol y la Tierra, controlado en todo momento desde la dirección de la misión en Darmstadt (Alemania)

La nave tiene como gran objetivo poner a punto tecnologías que permitan captar en un futuro próximo las llamadas ondas gravitacionales, unas misteriosas distorsiones del espacio que predijo Albert Einstein hace un siglo pero que nunca han podido ser detectadas de forma directa.

En el desarrollo técnico de la nave han tenido un peso destacado diversas empresas (como GMV y Sener) y grupos de investigación españoles, particularmente del Instituto de Ciencias del Espacio o ICE (CSIC-IEEC), situado en el campus universitario de Bellaterra de Barcelona, que encabeza la contribución española, así como del IFAE y la UPC.

EMOCIÓN "Han sido unos segundos muy intensos. El cohete se ha metido enseguida entre las nubes y ha ido todo según lo previsto", afirmó Carlos F. Sopuerta, investigador principal del grupo del ICE. Miquel Nofrarias, investigador del mismo instituto que vivió el lanzamiento desde Kurú, destacó: "Es un momento muy emocionante después de tantos años de dedicación. Cuesta creer que nuestro hardware ya esté en órbita".

Einstein predijo a principios del siglo XX que los objetos acelerados a una descomunal velocidad, como los que se forman de resultas de la explosión de supernovas, colisiones de agujeros negros y otros de los fenómenos más violentos del Universo, son capaces de producir distorsiones en el espacio-tiempo que se propagan a la velocidad de la luz. Estas perturbaciones teóricas, imaginadas como olas invisibles, son las ondas gravitacionales (o gravitatorias). Sin embargo, Einstein también predijo que esas distorsiones serían muy difíciles de detectar puesto que apenas interaccionan con la materia. Y así ha sido.

LISA Pathfinder pretende poner el primer paso para superar este reto. Los científicos Russell Hulse y Joseph Taylor, de la Universidad de Princeton, ya infirieron la existencia de ondas gravitacionales mientras observaban en 1974 el anómalo comportamiento de una estrella de neutrones y un cercano púlsar en órbita, lo que les valió el Premio Nobel. Sin embargo, ahora se trata de captarlas directamente.

"Hasta ahora siempre hemos observado el Universo con el sentido de la vista --relata Sopuerta--, pero con experimentos de este tipo abrimos un camino para oír sus sonidos". Como la fuerza gravitatoria es la más débil de todas las interacciones fundamentales, para poder oír esos "susurros" de la banda baja de frecuencias es necesario situarse en un ambiente alejado de toda perturbación: el espacio.

EXPERIMENTO Para detectar ondas, lo ideal sería colocar dos objetos separados por una gran distancia (millones de kilómetros) medida con una precisión extrema (hasta la billonésima de metro). Si realmente pasara una onda, ocasionaría un cambio en la distancia que media entre ambos y sería detectada. Sin embargo, la tecnología aún no está madura y de lo que se trata ahora es de ensayar un experimento en tamaño reducido que demuestre que se pueden crear las condiciones para medirlo.

La misión definitiva se llamaría eLisa y haría realidad a partir del 2030. "El objetivo de LISA Pathfinder es demostrar la viabilidad de la tecnología", insiste Sopuerta. La misión es también una oportunidad para poner a punto tecnologías de gran precisión que podrían ser empleadas en otros campos, como la geolocalización.

LISA Pathfinder llevará a bordo dos objetos --dos cubos metálicos de 46 milímetros de lado, hechos de una aleación de oro y platino-- que se pretende que floten en el vacío y se mantengan de forma constante a una distancia de 38 centímetros.

El satélite viajará hasta una región del Universo que se caracteriza por una situación de caída libre casi perfecta. Para ello se situará en órbita alrededor de un punto conocido como Lagrange 1 o L1, donde las fuerzas de atracción de la Tierra y del Sol se igualan, y al mismo tiempo colocará las dos masas protegidas de cualquier perturbación, sin que toquen ni siquiera las paredes de la nave que las ha transportado y sin que les afecten las perturbaciones derivadas de la electrónica de la propia nave o las del ambiente, como los rayos cósmicos o el viento solar.