La palabra sepsis, pronunciada por un médico que está atendiendo a un paciente hospitalizado o en un centro de asistencia primaria (CAP), desencadena un circuito de emergencia asistencial de cuya eficacia en los primeros minutos dependerá la vida de esa persona. Es el proceso infeccioso más grave, por fulminante, de los que afectan a los seres humanos pero no siempre se manifiesta con signos inequívocos que faciliten una acción médica inmediata y potente, aunque ese es el principal requisito para que el paciente sobreviva. Tampoco existe un tratamiento específico que frene de forma global las múltiples infecciones y fallos orgánicos a que puede conducir una sepsis.

La gravedad y rapidísima evolución de estos procesos ha motivado que la Conselleria de Salut establezca un sistema de atención inmediata y coordinada, el denominado Codi Sepsia, que, como ocurre con otras enfermedades graves objeto de codificación -infarto o ictus- facilita que el sistema de emergencias médicas y los hospitales que disponen de áreas de UCI se movilicen y actúen siguiendo un protocolo pautado e inmediato.

Evolución incierta

Aun así, la mortalidad causada por la sepsis es del 30%, como media, muy superior en las situaciones de máxima gravedad. Esta infección dispersa causa en Catalunña más fallecimientos anuales que el infarto de miocardio y el ictus cerebral juntos, asegura la Generalitat. En el 2016, fallecieron en Cataluña por esta causa 4.000 personas. Salut calcula que cada año 22.000 ciudadanos ingresan en los hospitales catalanes a consecuencia de una sepsis grave.

“El objetivo fundamental ante una sepsis es administrar dosis adecuadas de antibiótico en la primera hora en que el paciente ha mostrado algún malestar que permita inducir al médico que lo atiende que sufre este síndrome”, afirma Ricard Ferrer, responsable del área de medicina intensiva (las UCIS) en el Hospital del Vall d’Hebron, de Barcelona, receptor de pacientes a los que una infección aparentemente poco trascendente o de la que no se presuponía un riesgo vital -urinaria, respiratoria, digestiva o de cualquier otro tipo- ha conducido al fallo de uno o más órganos y funciones imprescindibles, que inician el desequilibrio de todo el organismo. Una disfunción súbita que no se justifica con el proceso infeccioso inicial.

Cuando un paciente con sepsis llega a la UCI, es frecuente que ya no le funcionen los riñones y el hígado, que esté peligrosamente hipotenso y que su corazón apenas pueda sostener los latidos. La infección domina. De ahí que el tratamiento en la primera hora, cuando todo ese proceso se está desencadenando, sea la principal herramienta para frenar una sepsis, reiteran los especialistas.

Proceso rápido

Una sepsis suele surgir de una infección bacteriana que, sin motivo aparente, invade la función de otros órganos. O también la puede iniciar un virus. En ambos casos, el proceso se complica y da lugar a una respuesta inmunológica desproporcionada que inflama múltiples órganos de forma encadenada. La sangre fluye con dificultad y tiende a coagularse y, aunque la persona solo sufriera al principio una infección urinaria o una apendicitis, cuando el médico la visita su situación es extremadamente grave. Los enfermos alcanzan rápidamente la fase de máximo riesgo mortal.

En personas ancianas, estos síntomas se pueden manifestar al principio como un errático malestar. Incluso pueden estar sufriendo una sepsis sin apenas tener fiebre, mostrando como única anomalía una apatía y somnolencia absolutas y extrañas. También puede ocurrir algo parecido cuando la sepsis afecta a un niño de pocos años o meses de vida. Detectarla exige gran experiencia.

“En un bebé, inducimos que sufre sepsis cuando tiene una frecuencia respiratoria o una taquicardia demasiado elevadas para su edad, sufre fiebre alta, está exageradamente adormilado, no quiere comer y muestra cambios en el color de la piel, unas manchas características”, afirma la doctora Elisabet Esteban, pediatra de las UCIS del Hospital de Sant Joan de Déu, de Esplugues. Dar a ese niño antibiótico en la primera hora de esas manifestaciones es también el freno más eficaz contra la sepsis. En la infancia, la mortalidad por sepsis es inferior a la de los adultos: fallece por esta causa un 10% de los afectados.

A diferencia de la difusión de los signos de un infarto o de un ictus, que pueden ser identificados por quienes lo están sufriendo o por sus familiares, los médicos desaconsejan absolutamente el autodiagnóstico ante la sospecha de una sepsis. ”Cada hora que ese paciente tarde en ser atendido adecuadamente en una UCI aumenta de forma exponencial su riesgo mortal”, insiste el doctor Ferrer. “Nuestro mensaje se dirige a médicos y enfermeras, que son quienes deben activar los circuitos de urgencias”, añade.