Vivían en una casa luminosa en el norte de California, con cuatro habitaciones y apariencia cuidada desde el exterior. Por dentro, sin embargo, todo era radicalmente diferente. Cuando la policía entró en la vivienda que Ina Rogers y Jonathan Allen compartían con sus 10 hijos encontró un pandemonio de inmundicia. Suelos cubiertos de orina, basura, excrementos animales y humanos, comida podrida y trastos apilados por todos lados.

Los 10 chavales dormían en una misma habitación y, según la acusación de la fiscalía, fueron «torturados» de forma rutinaria por sus padres por motivos puramente «sádicos». Palizas, ahogamiento simulado, disparos con una pistola de perdigones o quemaduras con agua hirviente. Un repertorio de tormentos que los padres han negado tras ser arrestados.

Las autoridades comenzaron a investigar el caso después de que se denunciara la desaparición del hijo mayor de la pareja, un chico de 12 años al que finalmente se encontró durmiendo debajo de un arbusto en el jardín de unos vecinos. Al entrar en la vivienda de los niños, la policía los encontró apiñados en una sola habitación, «asustadizos y con dificultades para expresarse».

«Literalmente te rompe el corazón. Es indignante que un padre o cualquier otra persona pueda cometer actos semejantes», ha asegurado Sharon Henry, una de las fiscales del condado de Solano, donde se encuentra la localidad de Fairfield, en la que vivían los niños.

Sin escolarizar

Con edades comprendidas entre los cuatro meses y los 12 años, ninguno de ellos iba al colegio. Técnicamente fueron «educados en casa», aunque los padres nunca llegaron a registrar la vivienda como un colegio privado, tal y como es preceptivo bajo las leyes californianas.

La fiscalía, que acusa al padre de cometer los abusos con la connivencia de la madre, describe un cuadro aterrador. Su informe sostiene que los niños recibían puñetazos, mordiscos, estrangulamientos y disparos con arcos y pistolas de perdigones de forma rutinaria. «Eran golpeados con armas como palos y bates, sometidos a ahogamiento simulado o rociados con agua hirviendo». El ahogamiento simulado es una de las técnicas de tortura que la inteligencia estadounidense empleó con los sospechosos de terrorismo para extraerles información durante la llamada guerra contra el terror.

A pesar de que el relato de la fiscalía se basa en las entrevistas con los niños y los exámenes médicos a los que han sido sometidos, los padres niegan los múltiples cargos de abuso de menores que se les han imputado. Técnica de enfermería de 31 años y negra como su pareja, la madre llegó a invitar a la prensa para que visitara la casa antes después de quedar en libertad bajo fianza tras su arresto inicial a finales de marzo.

Las imágenes muestran un cuarto de baño con el suelo cubierto de excrementos animales y una habitación en absoluto desorden, como si un huracán hubiera barrido la vivienda. «Hago todo lo que puedo para tratar de ser una buena madre para mis hijos», aseguró Rogers. «Mi marido tiene muchos tatuajes. Su aspecto intimida y por eso la gente le juzga a la ligera. Pero mi marido es una persona extraordinaria y yo soy una madre estupenda», añadió ante las cámaras.

Rogers sostiene que la suciedad y el desbarajuste de la casa fue provocado por la policía al llevar a cabo el registro. Y esgrime también que su hijo de 12 años se marchó de casa al enfadarse después de que ella le retirara el permiso para utilizar la tableta electrónica. Pero las autoridades no parecen tener dudas. «En esta casa se ha perpetrado la tortura», ha dicho la fiscal Henry, y se llevó a cabo «por motivos sádicos».

Allen, el padre de los niños, de 29 años, está bajo custodia policial y se le ha impuesto una fianza de más de cinco millones de dólares. Los hijos de la pareja han quedado temporalmente a cargo de unos parientes de la madre.

Este suceso truculento se produce cinco meses después de que las autoridades del sur de California arrestaran a los esposos David y Louise Turpin, acusados de maltratar y mantener secuestrados a sus 13 hijos en su hogar.