Las temperaturas más suaves de las últimas décadas están creando espacios cubiertos de verde en los territorios más templados de la Antártida. Lo más característico son los musgos, ahora visibles en grandes concentraciones en el verano austral, pero también proliferan líquenes, algunas algas terrestres, hongos y las dos únicas plantas con flor autóctonas: el pasto antártico (deschampsia antarctica) y el clavel antártico (colobanthus quitensis). Todas estas especies resisten en letargo el largo invierno y luego son capaces de rebrotar en los territorios que en verano quedan expeditos de hielo. «Lamentablemente, en pocos años las diferencias son obvias -comenta Juan Kratzmaier, aventurero, fotógrafo y guía turístico con dilatada experiencia en la Antártida-. Cada vez se ve más verde».

Según ha cuantificado un estudio publicado por investigadores de las universidades británicas de Exeter y Cambridge y del British Antarctic Survey, el crecimiento vegetativo de los musgos en las islas de la península Antártica se ha acelerado en los últimos 50 años y también se ha multiplicado el territorio cubierto por estas plantas briófitas.

Los científicos tomaron cinco muestras de musgo de tres lugares distintos (Isla Elefante, Isla Ardley e Isla Green o Verde) para analizar los cambios en su crecimiento en los últimos 150 años y observaron que la tasa de crecimiento cambia de forma acusada a partir de 1960. Los musgos tiene una importancia capital en el ecosistema porque, entre otros aspectos, preparan el sustrato para poder ser utilizado por plantas superiores como el pasto antártico.

NUEVOS ESPACIOS / Concretamente, según explican los investigadores, los musgos que antes crecían menos de un milímetro por año ahora lo hacen más de tres milímetros. Como consecuencia, ahora hay en verano entre cuatro y cinco veces más musgo que hace 50 años. Los nuevos musgos, añaden los científicos, forman una especie de capa superior protectora que luego favorece la conservación de las capas inferiores. «La gente piensa con razón que la Antártida es un lugar muy frío, pero nuestro trabajo muestra que algunas de sus áreas son verdes y con la posibilidad de que se vuelvan cada vez más verdes», escribe en un comunicado uno de los autores del trabajo, Matthew Amesbury, de Exeter.

La presencia de verde en la Antártida sigue siendo testimonial. «No obstante, si los veranos se van alargando y cada vez hay más territorio sin hielo, no hay duda de que musgos y otras especies pueden ir colonizando más zonas», avisa la bióloga Marta Estrada, del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona. «Este año el hielo se retiró muy pronto en la Isla Livingston. A finales de noviembre ya había espacios libres», pone como ejemplo María José Clemente, investigadora que estuvo en la zona durante la última campaña española.

El retroceso de los hielos perpetuos, no obstante, solo es visible en la península Antártida y las islas adyacentes, el destino de la mayoría de los científicos y cruceros turísticos. A diferencia de lo que sucede en el continente, en esta alargada porción de tierra el cambio climático está muy bien documentado, con un aumento de las temperaturas anuales de 0,5 grados por década, superior a la media mundial. «No solo se encuentra más al norte y las temperaturas son menos rigurosas, sino que recibe constantemente un aporte de vientos húmedos indispensables para que prosperen las plantas», ilustra Antoni Rosell, profesor del Instituto de Ciencia y Tecnologías Ambientales. Aunque haya zonas con temperaturas sobre cero en verano, difícilmente crecerán las plantas si no tienen agua: «La Antártida es el continente más seco».

La Antártida fue en otro tiempo un territorio libre de hielo y cubierto por bosques, concluyen los autores de Exeter y Cambridge: «Si las emisiones de gases del efecto invernadero continúan sin control, corremos el riesgo de que la Antártida retroceda en tiempos geológicos».