La falta de actualización de muchos sistemas informáticos y la pericia de los delincuentes en explotar las vulnerabilidades son un cóctel irresistible para el ansia de ganar dinero. Sea para robar datos personales o para extorsionar a particulares y empresas, el ransomware es la última pesadilla; pese a los años que lleva en activo, no solo no se ha logrado eliminar, sino que va en aumento.

Algunos de sus programas tienen orígenes conocidos. Cuando se destapó el caso Snowden, la revelación de un analista informático, Edward Snowden, de que la NSA, agencia de seguridad de EEUU, había espiado a sus ciudadanos y al resto del mundo con programas instalados en grandes compañías de internet, con el consentimiento de estas, se filtró también el temor de los analistas a que este tipo de agujeros fuese usado por delincuentes informáticos.

Los temores se confirmaron y uno de los sistemas de infiltración lo descubrió el grupo de activistas informáticos Equation y luego su escisión, Shadows Brokers, cuya mano ha vinculado la empresa de seguridad Avast con el software Wanna Cry, que técnicamente, y como suele ser habitual, es una variante de otro programa anterior, Hydra Crypter.

Es una de las hipótesis que suenan, como también la tesis de piratas chinos, aunque estos no suelen ser tan políglotas como para traducir el programa a los 27 idiomas en los que ha sido detectado. Tampoco suele ser habitual que sus programas remitan a servidores alojados en la internet oscura, en la red Tor. Muchos de esos ya han sido desactivados, informan varios analistas.

En el caso del Wanna Cry, a los investigadores les sorprende la capacidad de replicarse automáticamente que tiene este malware.

Según el Instituto Nacional de Ciberseguridad (Incibe), «las primeras fases del ciberataque ya han sido mitigadas, principalmente con la emisión de diferentes notificaciones y alertas». El organismo se felicita de que las empresas hayan reaccionado correctamente tomando las «medidas preventivas que impedirían la propagación del malware». Pero ya hay temores sobre nuevas versiones que utilicen otras vulnerabilidades para hacerlos más agresivos, aunque es difícil hallar alguna que haya resultado tan efectiva como esta de Microsoft, llamada en código Eternal Blue (tristeza eterna).