La imagen de El Ghazi Hichamy es la viva estampa de la desolación. Deambula fumando compulsivamente por los alrededores de su casa, el que fuera hogar de sus hijos Omar y Mohamed, abatidos en Cambrils por los Mossos d'Esquadra cuando se disponían a sembrar el pánico en la localidad costera. Reitera la versión de todos los familiares de los integrantes de la célula y asegura tener un total desconocimiento de las intenciones que maquinaban los jóvenes.

"¿Tú crees que si yo llego a saber lo que estaban pensando no hubiera llamado a la policía? ¡Yo mismo les hubiera denunciado para evitar toda esta desgracia, para que nadie hubiera sufrido tanto!", sostiene, emocionado, mientras se golpea el pecho. En ese mismo bloque vivía Moussa Oukabir, también muerto a tiros por la policía en Cambrils, y hermano de Driss, que permanece detenido por haber alquilado a su nombre las furgonetas utilizadas en la matanza.

Hichamy niega que sus hijos fueran asiduos a la mezquita, como sí lo es él, pero corrobora la versión de la comunidad islámica de que dentro del templo, el imán, Abdelbai Es Satty, despertara el menor recelo. "Parece que el imán tenía dos caras, pero nadie de la comunidad islámica tiene la culpa, porque nadie puede saber qué pasa por la cabeza del otro. Lo que es seguro es que lo tuvo que hacer todo fuera de la mezquita, porque allí tenía un comportamiento normal. Y ahora no sé si vale la pena hablar de si fue el principal responsable de lo que ha pasado, porque por más que hablemos nadie va a salvar ahora a las víctimas, ni va a arreglar lo que hicieron [los yihadistas]", expone.

UNA "VÍCTIMA" MÁS

Ayer el foco en Ripoll también se dirigía al responsable del locutorio detenido y puesto en libertad el jueves, Salah el Karib. A media mañana salía de su casa con su hijo de dos años y se marchaba en un monovolumen. Su mujer balbuceó: "Está mal...". Y aseguró que él se ve como "una de las víctimas". "Nosotros estamos en contra del terrorismo", dijo.

Mientras, Hichamy recuerda a sus hijos como dos chavales normales, que no se metían en líos, que hacían su trabajo -Omar, como soldador en Vic, y Mohamed, como operario en una fábrica de Campdevànol- durante la semana y llevaban una vida "totalmente integrada en el pueblo". Hichamy se aferra a su trayectoria para espantar cualquier atisbo de duda sobre el futuro que le espera. "Espero no tener que marcharme. Llevo 23 años aquí y no me imagino viviendo en ningún otro sitio. Me queda poco más de un año para jubilarme y me he ganado a descansar. Esperaba tener un retiro tranquilo, pero todo esto que ha pasado no me lo va a permitir. Podría haber tenido una buena vejez, pero ya nunca podré ser feliz: me faltarán mis hijos", dice.

HOSPITALIDAD DE LOS VECINOS

El padre de Mohamed y Omar asegura que el colectivo magrebí de Ripoll está tratando de mantener la calma y de "seguir la vida como hacía hasta ahora". "Los vecinos se están portando muy bien con nosotros. Nos 'pican' y nos preguntan si queremos comida, si necesitamos algo. Les estamos muy agradecidos", dice. Se mantiene el civismo en la comunidad, como sucedía desde años atrás, cuando sus propios hijos se mezclaban con los otros chavales de la calle.

Él dice estar deseando poder regresar a su trabajo como talador de árboles, perderse en los espesos bosques del entorno para ir superando poco a poco esta pesadilla, para evadirse de la marabunta de policías, periodistas y curiosos.