En el reparto de papeles de Vis a vis, a Alba Flores (Madrid, 1986) le tocó Saray, una interna condenada por participar en varios robos a mano armada, un personaje central en la tercera temporada que este lunes finaliza en el canal de pago Fox (22.20). No es una recién llegada y atesora papeles en El comisario, El síndrome de Ulises, El tiempo entre costuras, Cuéntame cómo pasó y La casa de papel. Impulsiva y visceral, a Saray le va la acción, pero a su alter ego al otro lado de la pantalla no le falta nervio ni pasión. Gesticula, da palmas, gasta bromas, ríe a carcajadas y taladra con la mirada mientras habla… A la nieta de Lola Flores, los genes la delatan.

-¿Le apetecía volver a ‘Vis a vis’?

-Sí que me apetecía, mucho, pero no me lo esperaba, fue una verdadera sorpresa cuando me avisaron. Tras acabar la segunda temporada, circularon muchos bulos. Que si habían vendido los derechos, que si ahora la producción la llevaban otros. Hasta que no me vi entre estos barrotes, no me lo creí.

-¿Cómo fue el reencuentro con el equipo?

-Volvimos con muchas ganas, vi a todo el mundo muy evolucionado, más maduro. No solo a las actrices, también a la parte técnica, a los que escriben el guion, a los de dirección. Esta serie es muy especial, y ahora lo es más.

-¿A qué que se debe?

-Creo que el factor encierro nos condiciona mucho. De pronto, te ves creando día tras día entre las mismas paredes y se produce algo raro que no se da en otros rodajes. Al final, acabas conociéndote mejor. Y lo curioso es que todas somos muy diferentes, y en esta temporada más.

-¿Qué destaca de esta nueva temporada?

-Las tramas son aún más duras, no dejamos títere con cabeza. Salvo algunas incorporaciones, somos las mismas compañeras de antes y seguimos encerradas en una cárcel, pero la prisión ha cambiado y el ambiente, también. Ahora el sistema penitenciario es más hostil y todo es más oscuro y violento. Es una violencia física y también implícita. En esta nueva temporada, el aire huele a sangre.

-¿Cómo se ha notado?

-Desde el primer capítulo. La temporada arrancó con nuestro traslado de prisión. En la primera secuencia se nos veía gastándonos bromas en el furgón, distraídas con nuestras movidas y, de repente, llegamos a un sitio desconocido en medio de la nada. Sentimos como si nos echasen encima un cubo de agua helada. En la cárcel anterior conocíamos el funcionamiento y sabíamos cómo sobrevivir. Aquí no.

-Sigue siendo una prisión.

-Sí, pero hay novedades importantes. En la nueva cárcel nos hemos encontrado con unas perracas, las chinas, que tienen montada una mafia con la que controlan todo lo que sucede entre estas paredes. Además, tenemos a una gobernanta que es peor que muchas presas.

-Los capítulos han sido de 50 minutos, no 70 como antes. ¿Les afectó?

-A la hora de rodar, bastante, porque las secuencias de relleno se han eliminado e íbamos al grano, nos centramos en el conflicto. Esto ha dado más ritmo a los capítulos, todo ha sido más rápido y directo.

-Con este formato, es probable que se venda mejor en el extranjero.

-Eso ya nos pasaba. Me sorprende la cantidad de gente que nos conoce en otros países. A mí me han parado fans de California. Y en Londres me han preguntado si soy la paquistaní, y les he dicho que soy gitana. Me han llegado a escribir hasta de Azerbaiyán.

-La serie la lideran mujeres. ¿Sintoniza con el movimiento feminista?

-Ojalá sirva para denunciar algo muy heavy que pasa en las cárceles de mujeres, donde hay violaciones y malos tratos. Es importante que la ficción cuente estas historias que no tienen visibilidad, porque esto afecta al imaginario de la gente y pone en el centro del debate qué pasa en las prisiones, más grave que lo que denuncia la campaña del #MeToo.