Corría noviembre del 2004 cuando Cristian Laglera acompañó a su tío a su pueblo de origen, Puy de Cinca, que cayó abandonado cuando se construyó el embalse de El Grado. Desde entonces su tiempo libre lo ha dedicado a recorrer buena parte de la provincia de Huesca, en busca de los pueblos abandonados. Ha documentado la existencia de 300. Todos ellos aparecerán en tres libros que ha ido elaborando durante los últimos años. El primero de ellos salió a la venta ya la pasada semana.

Huesca es la provincia aragonesa donde existen más pueblos abandonados, y Cristian Laglera los ha recorrido en su mayoría. También ha hablado con sus antiguos habitantes, que marcharon de las que fueron sus casas hace décadas. Las malas condiciones de vida, la falta de comunicaciones, la búsqueda de un futuro más prometedor o la construcción de los pantanos del Pirineo son las causas que se agazapan detrás de la proliferación de núcleos despoblados.

"Produce mucha tristeza recorrer estos pueblos, imaginar la forma en la que vivía la gente hace unos cuantos años. Ver cómo las casas se caen, cómo muchas de las iglesias y ermitas románicas están en ruinas. Es patrimonio que se está perdiendo; parte de nuestra historia que se olvida cada día. No existe ni siquiera un registro con los nombres", lamenta este oscense. Son paisajes con memoria que descansan escorados de la civilización.

Recuperación

Claro que tampoco conviene caer en el romanticismo y en la nostalgia porque algunos de estos antiguos pueblos se están recuperando. Los niños o hijos de los viejos pobladores regresan, reforman las casas que sus familias aún conservan en propiedad y vuelven a pasar las vacaciones. Este es el caso, por ejemplo de Solanilla o Isín, cuyas calles han vuelto a recuperar alguna chispa de la vida de antaño. "Se está haciendo un buen trabajo y siempre es agradable volver a estos municipios perdidos y ver que se están restaurando", admite.

No son los únicos. En el valle de La Solana una docena de pueblos han sido ocupados por los llamados neorurales, que acuden a estos municipios perdidos en busca de una vida nueva, alejada de las ciudades y en contacto con la naturaleza. Son Muro de Solana, Geré o Burgasé --que es el núcleo de mayor tamaño--. Se instalan en las casas casi derruidas y las rehabilitan; se encargan de mejorar los accesos y de arreglar las calles. "Cuando fui la primera vez a estos despoblados casi no pude ni llegar. Volví hace dos o tres años y pude entrar sin problemas. Me enseñaron todo. Estaba todo muy cuidado", admite Cristian. Hacen suyos pueblos y viviendas que no son de su propiedad, pero a los que sin duda rescatan de los arrabales de la desmemoria.

Son las alternativas para estos pueblos que se quedaron alejados del desarrollo, de las nuevas tecnologías, de las carreteras. "Invertir dinero público para recuperar este patrimonio, las iglesias y ermitas del siglo X o XI es inviable, y más en tiempos como los actuales", admite este oscense. Nadie parece querer volver. O sí.