Difícil es prestar dinero y que no te lo devuelvan, pero más duro es que sea tu novia y que esta además decida romper la relación entre ambos. Eso debió pensar Luis Pedro Rocaful Gutiérrez que el lunes por la noche decidió dar su último golpe de efecto en el lugar que había depositado sus sueños: en el bar Masi2.

Eran 40.000 euros que había ahorrado, después de muchos años de trabajo y muy cerca de la edad en la que la gran mayoría se jubila, por lo que su situación personal bien merecía que su barrio se cerrara al tráfico, que sus clientes se preocuparan y que medios nacionales pusieran sus ojos en esta comunidad autónoma que en contadas ocasiones aparece en los telediarios.

Él era el principal protagonista de una historia escrita a golpe de billetero junto con Fátima Sánches que en la calle estaba porque, a pesar de todo, Luis Pedro seguía queriendo verla. La hermana del fallecido estaba ahí, también junto a ella, pero el sentimiento era muy diferente porque rápidamente negó que fuera familia cuando unos periodistas les preguntaron si lo eran. "No digas que eres familia de mi hermano, no lo eres", le dijo de forma cortante.

Pero ellos no eran los únicos figurantes en este céntrico escenario de Zaragoza, sino que un policía, bajo el nombre de negociador, debía mover los hilos de las preocupaciones, los sentimientos y la vida de una persona para evitar que no se escribiera el final de una novela negra.

Era difícil y en la cara de este agente se veía que iba a alargarse en el tiempo. Empatizar era su misión y para ello aplicó todos los conocimientos en los que se forman estos miembros de la Policía, pero frente a él tenía a una persona tozuda y que respondía con monosílabos. A pesar de todo, ahí estuvo, junto a la puerta del local sin separarse hasta que un compañero suyo le hizo un gesto de una pistola en la cabeza, después de decidir asaltar el bar. Su cara se desencajó, porque después de 20 horas de entrega, el desenlace ya estaba escrito con sangre.

Un final que muchos vecinos veían desde la calle que se había convertido en un patio de butacas. Con atención seguían una historia que esta vez podían comentar sin que ninguna persona pidiera silencio como en el cine. Aquí también había bebidas y tapas que ayudaban a dar matices costumbristas.

No sólo ellos mostraban interés a una jornada inusual en un mes en el que muchos zaragozanos abandonan la ciudad para disfrutar de sus vacaciones, sino que también los periodistas que ocupaban los balcones y terrazas que, esta vez, simulaban un palco.

20 horas fue el tiempo que tardaron 40.000 euros en escribir una triste y trágica historia en este estival 20 agosto.