Resulta paradójico que una de las vías por las que transcurre la mayor riqueza de España al conectar tres de las cinco principales ciudades de España, vaya convirtiéndose poco a poco en un paraje semiolvidado, propio de un escenario de película postnuclear. Es la N-II, entre Alfajarín y Fraga, una de las arterias con más tráfico rodado del país y que tenía más servicios a lo largo de los 90 kilómetros de recorrido. El único tramo sin desdoblar de la vía Barcelona-Madrid que tenía vida propia, hoteles con glamour, ventas que animaban el camino con buena fruta y agua fresca e incluso localidades que contaban con más de tres talleres de reparación de automóviles.

Hoy, de muchos de esos edificios solo quedan las estructuras de hormigón. En apenas cinco años han cerrado varias gasolineras, cuatro hoteles y restaurantes, las pequeñas ventas que vendían productos locales están cerradas a cal y canto y numerosas empresas auxiliares, en el entorno de la ciudad de Zaragoza, son auténticos paraísos para grafiteros y recogedores de chatarra. La poca que queda, puesto que el goteo de furgonetas que se han llevado cables, materiales reciclabes para la construcción y maquinaria obsoleta ha sido continuo en el último lustro, a pesar de las frecuentes rondas de la Guardia Civil, cuyas patrullas han sido testigo del paulatino declive de esta carretera.

tiempos de bonanza / Restaurantes que fueron carne de prensa rosa y de No-do, como el mítico El Ciervo, en el que Carmen Sevilla y Augusto Algueró celebraron su banquete de boda está cerrado desde que en julio del 2014 un pequeño cartel anunciaba unas reformas. Este restaurante, uno de los más célebres de la ruta entre Barcelona y Zaragoza, que contaba con ciervos pastando en un pequeño pinar y que gozaba de reputada fama, permanece por dentro tal y como se abandonó. Las hierbas crecen e intentan ver el sol desde las rendijas de las piedras de la escalinata de acceso. Hubo un amago de reapertura, pero el volumen de comidas no da lo suficiente como para que se reabra y vuelva a ser lo que fue. El Ciervo no es el único establecimiento cerrado.

En peor estado, prácticamente ruinoso, se encuentra El mirador del Ebro, con su hotel y su gasolinera. Lleno de escombros y sometido a continuos actos vandálicos, aunque casi nada queda ya por recoger. Hoteles con vida hasta hace pocos años que hoy son pasto de capitanas, refugio de cristales rotos y alojamiento de nidos de pájaros. En Peñalba, otrora escenario de cine y ligada para siempre al universo de Bigas Luna y Jamón, jamón, el magno hotel Aragón es un esqueleto lleno de grafittis. Hace años que está así, en una localidad que ha notado la crisis de la carretera y donde solo hay demanda suficiente para un restaurante cuando hace dos décadas la había para tres.

Algunos establecimientos que todavía sobreviven hacen ofertas envidiables para atraer clientes. Alojamiento, cena y desayuno por 25 euros. Nada que ver con las tarifas, que ya de por sí eran económicas, de 50 euros de hace apenas un lustro. Fue a partir del año 2010 cuando la N-II entró en crisis, aunque desde principios de siglo se veía venir. Varios son los factores, según los transportistas y camareros de algunos de los establecimientos de este trayecto, que han incidido especialmente en este paulatino abandono de las infraestructuras adyacentes a la carretera. Así, la crisis económica provocó que estas sean víctimas colaterales de este grave atasco económico. «Han cerrado muchas pequeñas empresas de transporte, y muchos transportistas que antes comían el menú o incluso hacían noche, ahora tienen su propia cocinilla en el camión y duermen dentro del vehículo, agrupados varios en algún estacionamiento grande. Así ahorran porque han notado mucho la crisis. Así que esto no da más que para tres restaurantes que aún mantienen la clientela, pero el resto no ha podido superar la crisis», señalan varios camareros, que indican que las bonificaciones de los peajes «son empleadas más por los transportistas extranjeros que por los nacionales». De hecho, esta vía, que soportaba un tráfico que rondaba los 7.000 vehículos diarios, el 70% de ellos pesados, disminuyó su afluencia hasta un 30% entre el 2009 y el 2015. «Ahora se nota un poco más de tráfico, pero cuando un establecimiento cierra, es muy difícil que pueda volver a salir a flote. Y además, las personas somos animales de costumbres, y si ya se han acostumbrado a parar donde siempre, es difícil que se detengan en un sitio nuevo», señalan.