Cuando Juan Alberto Belloch aterrizó en el Ayuntamiento de Zaragoza hace poco más de quince años, la ciudad atravesaba una etapa anodina, sin grandes proyectos colectivos y poco que ofrecer a sus vecinos. Con Luisa Fernanda Rudi en la Alcaldía, parapetada en la ordenación de las cuentas maltrechas que heredó del enloquecido final de ciclo de Antonio González Triviño, la legislatura 1995-1999 había dado para muy poco. Con la llegada a la casa consistorial del exbiministro de Felipe González, la agenda municipal se revolucionó. Pese a caer derrotado en primera instancia, fue capaz de captar desde la oposición la atención de la ciudadanía y de polarizar una parte nuclear de las iniciativas, especialmente con su propuesta electoral de que la ciudad organizara una Exposición Internacional en el 2008. Entonces ya quedó claro que Belloch era un político que no dejaba indiferente a nadie. Al alto grado de conocimiento por su presencia en la política nacional se unía su perfil heterodoxo dentro de un PSOE por entonces en reconstrucción, completada por sus altas capacidades intelectuales y su mirada amplía, desinhibida y mucho más ambiciosa que la de los primeros espadas del momento.

Aunque el malogrado José Atarés dio un giro a la política de contención del Partido Popular cuando relevó a la hoy presidenta de la DGA al ser llamada por José María Aznar en el 2000 para presidir el Congreso de los Diputados, las propuestas de Belloch se mantuvieron en el eje del debate. Esta circunstancia, potenciada con la inmolación del PP de Aragón al acatar el macrotrasvase del Ebro impulsado por el entonces ministro de Medio Ambiente y hoy reo Jaume Matas, permitió a Belloch acceder a la vara de mando municipal en el 2003 al superar por unos miles de votos al candidato popular y obtener el apoyo de una entonces ascendente Chunta Aragonesista liderada por otro político atípico: Antonio Gaspar. No fue una victoria sencilla, porque Atarés era un excelente candidato con una hoja de servicios que incluía la llegada del AVE a la ciudad, la construcción de la nueva estación, la eliminación de la cicatriz ferroviaria, el cierre del tercer cinturón y la construcción del tramo sur del cuarto o la reforma de espacios tan emblemáticos como el paseo Independencia.

Fue entonces cuando el alcalde socialista pudo colocar los pilares de su ansiada transformación de Zaragoza. Cabalgando sobre unas arcas públicas rebosantes por el dinero barato y las expansiones inmobiliarias, consiguió que su idea de la Expo, hasta entonces cultivada por el noble Atarés, eclosionara el 16 de diciembre del 2004. De la mano de quien había sido mano derecha suya en el Ministerio de Justicia, María Teresa Fernández de la Vega, Belloch tuvo la habilidad de comprometer al Gobierno central con un apoyo decidido para la transformación de la ciudad. En el plazo de cuatro años se invirtieron la friolera de 2.200 millones de euros, una cifra vertiginosa que puso patas arriba la ciudad. Además de construir un recinto expositivo de 25 hectáreas en el corazón de Zaragoza, se recuperaron las riberas del Ebro, se construyeron nuevos puentes, se ganó un parque metropolitano al norte, se concluyó el cuarto cinturón, se amplío la Ronda Norte, se reconstruyeron edificios como el Seminario o se culminó la traída de aguas desde Yesa. Pocas iniciativas no llegaron a cuajar, y si acaso los fiascos más sonoros fueron la suspensión del proyecto de reforma del estadio de la Romareda tras una controvertida operación urbanística o la nonata Milla Digital asociada al barrio del AVE. Obviamente, muchos de estos proyectos no estuvieron exentos de polémica por el vivo debate ciudadano que generaron.

La presencia de Marcelino Iglesias en la DGA le ayudó también a conseguir sus objetivos. Ambos protagonizaron una cohabitación Pignatelli-casa consistorial modélica, nunca vista desde los primeros ejecutivos autonómicos, gracias a la empatía entre dos líderes socialistas que nunca se pisaron los callos que se tradujo en una implicación decidida del Gobierno autonómico en asuntos clave para Zaragoza. El ejemplo más claro fue en movilidad, pues sin los compromisos adquiridos por la DGA para la creación de un consorcio metropolitano de transportes hoy sería impensable disfrutar de una línea de tranvía, otro de los grandes legados de su etapa, o de una moderna estación de autobuses en la intermodal.

En ese escenario, Belloch repitió triunfó en el 2007, aunque por un margen también estrecho frente al candidato popular Domingo Buesa. No fue un buen resultado para el PSOE, aunque sí suficiente. Cambió de socio y gobernó apoyándose en el PAR, pero por entonces, a un año de la inauguración de la Expo, la transformación era imparable, al igual que la identificación de la nueva ciudad con su figura. Toda esta expansión de la década pasada liderada por el alcalde será valorada con el paso del tiempo, pero tan importante como su dimensión física fue su plano simbólico e identitario, pues trajo a los zaragozanos un generoso y necesario baño de autoestima. Acostumbrados a ver cómo otras urbes lograban todo el apoyo público para sus proyectos (Barcelona, Madrid, Valencia, Sevilla, Bilbao...), muchos zaragozanos descubrieron que era posible colocar a su ciudad entre las grandes del sur de Europa no solo por peso demográfico o por posición geoestratégica, sino por capacidad organizativa y por modernización. Donde algunos vieron megalomanía, un simple recuerdo de aquel momento y un paseo por la nueva ciudad del siglo XXI demuestran que Belloch dejó, fundamentalmente, transformación.

Finalizada la Expo, el alcalde no cambió el rumbo y propugnó en la campaña del 2011 nuevas expansiones urbanas que permitieran una intervención en la zona este de la ciudad gracias a la celebración de otro gran evento: Expo Floralia 2014. Con el país en plena recesión, el erario público purgado, la amenaza de rescate europeo latiendo y Rodríguez Zapatero políticamente desahuciado, Belloch tuvo que reinventarse para seguir como alcalde. El tsunami popular casi se lo lleva por delante, pero no lo llevó a la orilla, y gracias a un acuerdo de gobernabilidad con CHA e IU ha llegado hasta aquí con diez concejales. Convertido ya en el alcalde más longevo de la etapa democrática (lo será de los últimos 200 años al superar a Gómez Laguna cuando agote su mandato en junio), la figura de Belloch como alcalde transformador ha quedado unida definitivamente a la ciudad.

Habrá quien piense si merecía la pena endeudarse como la hecho Zaragoza durante estos años con obras e intervenciones que han generado cambios tan profundos. Es lógico pensar que sí, porque la crisis estructural que viven España y Europa afectaría de un modo muy similar a los ciudadanos aunque la capital no hubiera recibido las inversiones públicas multimillonarias. Hoy es Zaragoza es una ciudad mejor que en 1999, cuando un biministro natural de Teruel, criado en Barcelona y forjado como juez en el País Vasco llegaba a Zaragoza con el compromiso de modernizarla. Por eso, cabe concluir que Belloch ha sido un buen alcalde para la ciudad, dejando al margen otras controversias, como por ejemplo si lo ha sido para su partido, con el que ha mantenido sonoras discrepancias y pulsos soterrados. Su carácter personalista lo distanció siempre de las ejecutivas socialistas, y especialmente de la de Pérez Rubalcaba, para acantonarse con su equipo cercano, especialmente con el vicealcalde Fernando Gimeno y con su admirado Jerónimo Blasco, auténticos alter egos. Esa fidelidad a los suyos por encima de la obediencia a una ejecutiva se ha traducido en la tardanza para anunciar, como tenía pensado hace tiempo, que no se ve con fuerza para repetir. Solo una llamada de Pedro Sánchez pidiéndole que continuara le hubiera hecho dudar. Al no producirse, ayer comenzó la retirada de un político valiente y atípico, de los que ya quedan pocos, cuyo legado supera claramente a sus alcaldadas, que también las ha tenido.