La campaña electoral ha empezado hoy coincidiendo con el Día de Europa. En estos cinco años (el tiempo de una legislatura europea), la sociedad española ha padecido las consecuencias devastadoras de la larga crisis económica. Y también, más que nunca, ha comprendido el limitado grado de autonomía política y económica que tienen todos los estados miembros de la Unión Europea.

En este período, por ejemplo, hicimos una reforma exprés de la Constitución --vale la pena recordarlo ahora que esta parece inamovible y pétrea en otros temas-- para adaptarnos a nuestros compromisos europeos. Y cayó el Gobierno de Rodríguez Zapatero al tener que aplicar los primeros recortes de gasto público después de negar torpemente que estuviéramos en una crisis grave. Unos recortes que han sido un porcentaje muy pequeño en relación a todos los que han venido después. Y descubrimos, también, lo que significaba la palabra rescate mientras ganábamos el Mundial de fútbol.

Hemos asumido, finalmente y con dureza, que nuestro futuro depende de la concertación y la coordinación de las políticas económicas y monetarias europeas que condicionan nuestra capacidad soberana. Y hemos visto como los nuevos billetes de euro los firma el mismísimo Mario Draghi, desde el 2011 presidente del Banco Central Europeo. Todo un símbolo, toda una realidad.

En este contexto, estas elecciones se parecen más a un referendo que a unos comicios convencionales. Mariano Rajoy, con su presencia activa en campaña y con su estrategia electoral, apuesta por unas elecciones basadas en un combate por ganar la percepción pública. Es un sí o un no a sus reformas. Quiere convencernos de que los recientes datos básicos (ocupación y previsiones de crecimiento) son indicadores de tres cosas a la vez: el inicio del final de la crisis, la confirmación de que han valido la pena los esfuerzos y sacrificios y que hay que perseverar en el camino iniciado si se quiere seguir progresando. Es decir, que el "pasado = crisis" (que él identifica con el PSOE, principalmente) no debe ni puede volver a riesgo de truncar "la luz al final del túnel".

Rajoy sabe también que la realidad tiene claroscuros, con datos esperanzadores y otros trágicos. Y que nuestros socios europeos nos siguen pidiendo todavía más sacrificios, mientras el déficit público acumulado representa ya todo nuestro PIB (o sea, que debemos tanto como producimos).

Sabe que los datos son discutibles y contrapuestos, pero ha identificado en el combate por el estado de ánimo el auténtico desafío electoral.

De nuevo, un referendo entre validación o rechazo, que Rajoy camufla de manera maniquea --e interesada-- entre optimismo o pesimismo. Creo que quien gane las emociones ganará las elecciones europeas, con permiso de las fuerzas que disputan la hegemonía al bipartidismo. antonigr