No hay más que pasear cualquier fin de semana por el Parque Grande o las orillas del Ebro para comprobar que el botellón está lejos de desaparecer. Pero los jóvenes han comenzado a buscar, en ocasiones con la connivencia de hosteleros, formas más cómodas y menos arriesgadas para el bolsillo, en fiestas clandestinas a persiana bajada u organizando peñas sin acondicionamiento ni permiso de ninguna clase.

Fruto de estas prácticas, la Policía Local de Zaragoza --a través de la UAPO y la UPAC) ha identificado en los dos últimos años a más de 2.000 menores de edad en este tipo de locales --1.245 en el 2013, 952 el año pasado-- e impuesto un centenar de multas por venta de alcohol, tolerancia al consumo de estupefacientes, ejercer actividad comercial con la puerta cerrada, etc. Además de las más habituales como el exceso de aforo o el incumplimiento de horario. Los jóvenes se exponen a multas de 500 euros, pero para el hostelero la sanción es mucho mayor.

MUDANZA

Según explicó un agente de la Unidad de Protección Ambiental y Consumo (UPAC) de la Policía Local, que prefirió permanecer en el anonimato, las intervenciones con menores en el cuerpo siguen siendo "una especie de tabú", entre otras cosas por la falta de protocolos concretos de la que se quejan igualmente otras unidades.

Pero sí han notado que, desde hace un par de años, pasado el primer fragor de multas derivadas de la ordenanza antibotellón --con abundantes sanciones de 500 euros--, han ocurrido dos fenómenos: los jóvenes se han ido a beber a zonas más apartadas, donde evitan las quejas de los vecinos y, hasta cierto punto, la vigilancia policial. Y la búsqueda de locales más resguardados de miradas indiscretas.

Entre estos últimos se ha incrementado, por un lado, la presencia de locales alquilados entre un grupo de jóvenes prácticamente con la única intención de organizar sus fiestas. "Son locales que se han quedado vacíos, algunos por la crisis, y se meten allí a beber. Habitualmente no acudimos, pero sí se hacen intervenciones, sobre todo por exceso de ruido si se queja algún vecino", explicaba el agente.

La otra variante, la de las fiestas clandestinas, es "muy residual", afirma el policía, pero haberla, hayla. Lo más común es el uso de bares, a puerta cerrada o no. Según las intervenciones detalladas a las que ha tenido acceso este diario, lo más normal es que los menores detectados tengan entre 16 y 17 años y se junten en grupos pequeños. Pero en algunas intervenciones se han llegado a detectar hasta 135 jóvenes en el mismo local.

Entre los casos más llamativos están alguna tienda de frutos secos que utiliza su trastienda como bar improvisado, o los bares que ni siquiera tienen licencia de apertura.

Según explicó Enrique Puértolas, abogado de la Asociación de Pequeños Empresarios de la Hostelería de Aragón (APEHA), el problema no siempre está en los pocos escrúpulos de un determinado propietario, sino en la picaresca de los clientes. "Hemos detectado casos de jóvenes con carnets falsificados que podrían pasar un control en un aeropuerto internacional", ironizaba. "Pero si una vez dentro llega la Policía y se lo pide, y le dice que es menor y no lleva, la sanción se la lleva el propietario", lamenta.

A esto se une la tolerancia social que sigue habiendo al consumo de alcohol. El agente de la UPAC explica que, en determinados casos, se evitan complicaciones. "Si está un menor en un bar con sus padres, pasadas las 22.00 horas, y a ellos les parece bien, ¿qué vamos a hacer nosotros?", se pregunta.