La térmica de carbón de Andorra juega en la Champions League del tablero energético nacional. Con sus 1.050 megavatios (MW) de potencia instalada, repartidos en tres grupos de generación de 350 MW cada uno, sigue siendo una pieza clave en el engranaje del sistema eléctrico español. Por sí solo es capaz de cubrir la demanda de luz de todo Aragón durante medio año. Un portento industrial cuya continuidad anhelan los pueblos de alrededor por ser la principal fuente de riqueza. Con la mismo fervor, los ecologistas piden su cierre por sus elevados de niveles de contaminación. Si nada lo remedia, esta instalación dejará de funcionar en julio del 2020. En plena encrucijada sobre su futuro, Endesa ha abierto a EL PERIÓDICO las puertas de su mayor activo en Aragón.

La sensación de que la central puede apagarse en poco más de dos años no se percibe dando un paseo por el complejo, que el próximo mes de marzo cumplirá 39 años de actividad. La térmica, que emplea a más de 200 trabajadores (152 en Endesa y el resto en contratas), luce músculo en un año en el que las renovables han flojeado, sobre todo la hidráulica por la sequía. En lo que va del 2017 ha generado 4.100 gigavatios hora (GWh), el 1,7% del consumo de electricidad de toda España. «Un buen año», apuntan desde la compañía. Son muchas las jornadas que en el presente ejercicio ha funcionado a plena carga, lo que supone consumir al día unas 15.000 toneladas de carbón y 2.000 de caliza.

Tampoco parece que Endesa pierda dinero con este nivel de rendimiento ni que la compañía, que por historia lleva este mineral en su ADN, desee su cierre. Mientras Iberdrola, con intereses más potentes en otras tecnologías, ha formalizado ya ante el Ministerio de Energía la solicitud de cierre de sus dos térmicas carboneras, la heredera de la aragonesa ERZ sigue sin deshojar la margarita y todo apunta a que apurará hasta el último momento los plazos. Ahora bien, la falta de un escenario que asegure el funcionamiento de la central impide que la eléctrica, en manos del grupo italiano Enel, se acabe de decidir sobre si hace o no la inversión millonaria que prolongaría la actividad en Andorra.

El día de la visita, la térmica trabaja con dos de sus tres grupos de generación. El trasiego de camiones es constante. Hasta 50 vehículos pesados entran y salen cada hora para transportar el lignito desde las tres minas que quedan en la zona (en Ariño, Foz Calanda y Estercuel), pero también para suministrar la arena caliza necesaria en el proceso de desulfuración que se lleva a cabo para retener el dióxido de azufre. Desde el Puerto de Tarragona llegan también a diario entre seis y ocho trenes cargados con carbón de los cinco continentes -varía su origen en función de los fluctuantes precios de esta materia prima-. Los lignitos turolenses se mezclan con hulla importada en un porcentaje cambiante según criterios técnicos y económicos, pero que tiende a rondar el 50% en cada caso.

Al frente de este complejo está desde el 2011 el ingeniero Mariano Lacarta, que lleva media vida profesional dedicada a una central que conoce al dedillo. Esta instalación esconde múltiples curiosidades. Especial simbolismo tiene la altura de su chimenea, que con sus 343 metros es la segunda edificación industrial más elevada de España. Este centro es también el primer productor nacional de yeso, aunque sea de manera colateral como fruto del proceso de desulfuración.

Días después de la visita, el pasado viernes, la térmica sufrió un accidente mortal de un trabajador pese a un impecable historial en seguridad laboral de más de 30 años.