Albert Rivera tenía un papel complicado en el debate de investidura que permitirá a Mariano Rajoy seguir en la Moncloa. No tan esquizofrénico como el de Antonio Hernando (PSOE), pero casi. En la votación definitiva de mañana, Ciudadanos dirá sí al líder del PP, el mismo al que no descartan llamar a declarar en una comisión de investigación sobre la corrupción en su partido, el mismo al que aseguraron que vetarían por haber cobrado «sobres» con dinero negro y haber enviado mensajes de apoyo a Luis Bárcenas.

El discurso que Rivera llevó preparado a la tribuna del Congreso fue suave con Rajoy y áspero con Pablo Iglesias. En varios momentos parecía que el líder de Podemos era el candidato a la investidura. El presidente de Ciudadanos atacó al político de Vallecas por defender la participación en la manifestación Rodea el Congreso, por decir que el Gobierno de Rajoy es «ilegítimo» y por asegurar que la dimisión de Pedro Sánchez ha sido «un golpe de Estado». «Señor [Iñigo] Errejón, señor Iglesias, ahí arriba hay tiros. Eso era un golpe de Estado», dijo Rivera señalando los impactos de bala que dejó Tejero en el techo del hemiciclo.

El presidente de Ciudadanos le tenía ganas a Iglesias. Pocos minutos antes, el líder de Podemos, en uno de sus momentos faltones, le había tratado de inculto. «A día de hoy, las dos instituciones a prueba de crisis son la Monarquía y el PNV, bien unidos por la Cruz de Borgoña», declaró en referencia al símbolo utilizado en los estandartes de los monarcas españoles y que se asocia a los nacionalistas vascos porque su fundador, Sabino Arana, fue carlista. Y, de manera gratuita, lanzó la pulla: «El señor Rivera a lo mejor lo busca en Google». «Vaya gilipollas», leyeron algunos en ese momento en los labios de Rivera, que seguía la sesión en su escaño.

LO IMPORTANTE

Lo dijera o no, pocos minutos después de ese episodio llegó su turno y se explayó a gusto. El presidente de Ciudadanos acusó a Iglesias de colocarse detrás de cualquier pancarta y olvidar las importantes, las de los autónomos, las de los padres que se dejan media nómina en los libros de texto de sus hijos y las de los cuidadores que no pueden vivir con las prestaciones de la ley de dependencia.

A Rajoy, en los pocos minutos que le dedicó en su intervención inicial, le afeó los casos de corrupción de manera tangencial y le advirtió de que vigilará que cumpla las 150 medidas a las que se comprometió en agosto, cuando el partido naranja pasó de la abstención al sí. Y en este contexto le dijo que él será el único responsable del éxito o el fracaso de la legislatura. «Si no cumple y no escucha a la Cámara, esto puede durar muy poco», auguró. En la réplica, el líder del PP respondió que ha asumido que esta legislatura hay «mucho que pactar», pero añadió que está dispuesto a hacer «cambios», pero no «contrarreformas».

En este capítulo pidió una ayuda «muy especial» a Ciudadanos para no tener que dar marcha atrás en las iniciativas económicas. El jefe del Ejecutivo defendió las reformas del sistema financiero, la energética, la de las Administraciones Públicas, la ley de estabilidad, la reducción del déficit público, la ley de unidad de mercado y la LOMCE, de la que dijo que tiene «cosas buenas». «No siga, que me pienso el voto», le soltó Rivera desde el escaño en la dúplica, en un intento de captar la atención de un hemiciclo que, en la cuarta hora de debate, se había vaciado.

Los vaivenes de Rivera sobre el veto sí, veto no a Rajoy fueron motivo de sorna en otros turnos de palabra. El portavoz de Compromís, Joan Baldoví, dedicó «un chapó irónico» al partido naranja «por la coherencia y por sus principios». Rajoy tendrá que gobernar en minoría y Ciudadanos intentar no acabar diluido en esa alianza.