No quería ir a declarar, intentó hacerlo por videoconferencia, pero al final hasta se sintió cómodo y se le vio suelto y locuaz. En algún momento a Mariano Rajoy se le escapó ese tono despreciativo que en ocasiones utiliza con los periodistas y fue llamado al orden, no solo por el presidente del tribunal, Ángel Hurtado, que le pidió que no hiciera «observaciones» sino por sus propios asesores, que en el receso que hubo de ocho minutos le recomendaron que bajara el pistón. Torear a los plumillas con sus evasivas y sus respuestas cortantes parece que (lamentablemente) tiene un pase, pero coger la muleta en la Audiencia Nacional no está tan bien visto.

Bregado durante décadas en los debates parlamentarios y con el privilegio de no tenerse que sentar frente al tribunal sino al lado y a su misma altura, Rajoy acudió con los deberes hechos y dispuesto a mostrar una contundencia en las respuestas que evitara las repreguntas de los abogados. Por eso se molestó en varias ocasiones con Mariano Martínez de Lugo (de la acusación popular que logró que el presidente testificara) cuando le insistió en algunos asuntos. «No parece un razonamiento muy brillante», le llegó a soltar Rajoy cuando se sintió presionado sobre la contabilidad en B. En otro momento, Martínez de Lugo se quejó de que el líder del PP le había dado una respuesta «muy gallega» sobre quién pagó un viaje con su familia a Canarias y le respondió: «La respuesta debe ser muy gallega, porque no puede ser riojana». Se oyó alguna carcajada en la sala y se vieron sonrisas en las caras de los abogados de los 34 imputados. Muy pocos de ellos preguntaron. Lo hicieron los representantes de las tres acusaciones populares, tres abogados defensores y la fiscal.

Aunque Rajoy al sentarse junto al tribunal se había evitado la típica foto declarando con los acusados detrás, ni siquiera tuvo que coincidir en la sala con ellos. Solo fue Guillermo Ortega, exalcalde de Majadahonda, y porque había pedido la declaración del presidente del Senado, Pío García Escudero, que compareció ayer. Luis Bárcenas había hecho saber que sí que iría, pero cambió de opinión.

Fueron 100 minutos de declaración y unas 160 preguntas que Rajoy considera que superó con holgura. Ahora ya puede volver a centrarse en «lo importante», la creación de empleo, y en el principal «reto» que dice que tiene España: el desafío independentista.