Cuatro años después de aquella presentación en la sala de la Corona del Gobierno de Aragón del proyecto de Gran Scala, y cuando ya se ha firmado su acta de defunción, pueden hacerse múltiples análisis de lo que iba a ser, en palabras de José Ángel Biel, "el proyecto más importante en Aragón desde los Reyes Católicos". Todos estos análisis pueden agruparse en dos tipos: los que explican el fenómeno desde oscuros intereses ocultos que circulan por la delgadísima frontera que separa las "malas prácticas" de la corrupción, y aquellos otros que se centran en el tipo de proyecto que suponía Gran Scala y cómo se gestionó. Aunque distintas, no son incompatibles. Las primeras siempre quedarán allí, en el imaginario colectivo de un Aragón que no es la primera vez que asiste a estas quimeras. Respecto a las segundas, merece la pena sacar conclusiones.

A Gran Scala, en el fondo, hemos de agradecerle unas cuantas cosas. Para empezar, la constatación de que no existía ni existe, en los planes de quienes nos gobiernan, un modelo de desarrollo territorial que apueste por unas líneas coherentes y de futuro. Por todo Aragón, y por los Monegros en particular, han ido pasando distintos proyectos a lo largo de las décadas que han caído por su propio peso.

En ausencia de un modelo propio y de unos ejes de desarrollo, cualquier cosa parece bienvenida para un territorio con el que, al parecer, nuestros gobernantes no saben qué hacer. Cualquier proyecto parece valer a cambio de promesas de puestos de trabajo, infraestructuras costeadas por el erario público, y eso sí, unos cuantos y escandalosos titulares de prensa que hicieron las delicias de quienes decían que así "ponían a Aragón en el mapa".

La debilidad del proyecto se iba haciendo evidente cuando aparecían preguntas sobre las repercusiones sociales y económicas de semejante ilusión: interrogantes sobre ludopatías, dependencias varias, prostitución, etc., que solo desde instancias sociales se iban planteando, y a las que nadie daba respuesta.

Mientras tanto, conocíamos las peculiares características de las empresas (por decir algo) y los nombres propios que había detrás de Gran Scala. Pero las evidencias tampoco hicieron dudar a los que apoyaban el proyecto desde instituciones públicas, que no solo no paralizaron el proceso, sino que llegaron a promover una "ley a la carta" pagada por todos los aragoneses.

En definitiva, el Gobierno de Aragón, y quienes apoyaban a Gran Scala, obviaron las dos preguntas básicas que cualquiera debe hacerse ante una propuesta: ¿qué? y ¿con quién?.

Porque no todo vale. No vale suplir las carencias de ideas y proyectos con cualquier cosa con cierta apariencia que se plantee, no vale obviar las consecuencias políticas, económicas y sociales de cualquier proyecto --grande o pequeño-- que se proponga, no vale embarcarse en ninguna aventura sin conocer a los compañeros de viaje. Y finalmente, no vale no asumir ninguna responsabilidad política cuando las cosas caen por su propio peso.