No solo se produjo una victoria del líder derrocado sino que fue incontestable. La rotundidad del triunfo pone de relieve que la cúpula territorial del PSOE está desconectada de las bases, de la calle... ¿Quién habla hoy de la gestora, de Javier Fernández, del portavoz Mario Jiménez, hasta de Patxi López? Solo hay dos protagonistas: el vencedor, Pedro Sánchez, y el perdedor, en este caso, la perdedora, Susana Díaz, que solo ganó en su casa.

Dice mucho sobre la simpatía que despierta Sánchez entre los militantes y los simpatizantes socialistas fuera el preferido en aquellos territorios cuyos dirigentes se han posicionado descaradamente a favor de la candidata llamémosle oficialista. Los denominados barones fieles a la presidenta de Andalucía han perdido la partida que comenzó en octubre con el derrocamiento de Sánchez. El objetivo de aquel comité federal no solo era decidir la abstención facilitadora de un gobierno de Mariano Rajoy, sino frenar los planes de Sánchez de parapetarse en la secretaría general. Minimizaron los riesgos de victimizarlo, como un mártir con argumentos ante una militancia socialista que, ayer se vio, no entendió que su partido propiciara de aquel modo el regreso del PP a la Moncloa.

Podrán pensar lo que quieran de Sánchez, pero a los barones, y a su séquito, les toca hoy asumir su derrota. Entender que se equivocaron en esa estrategia que les ha desconectado más de los afiliados desinteresados. Un partido funciona como una familia, y las hay mal avenidas, pero incluso estas lo último que hacen es airear los trapos sucios de cara a la galería. España es así.

Javier Lambán, secretario general del PSOE aragonés, tiene que abandonar el nerviosismo de los últimos días. Defendió con vehemencia la candidatura de su admirada líder andaluza, pero las bases del partido le han mandado dos mensajes nítidos que no puede ignorar: prefiere un PSOE como el que propone Sánchez y no acepta imposiciones. No es un dato menor que la candidatura de Susana Díaz obtuviera en Aragón 600 votos menos que avales presentados, lo cual dice muy poco sobre la forma en la que se debieron recoger esos avales y mucho acerca del aislamiento de la tecnocracia socialista aragonesa. Al igual que el resto de los barones el presidente aragonés debe aprender de sus errores: se ha llevado un palo tan fuerte o más que Díaz.