"Antes de la guerra en mi país vivíamos muy bien; jamás habríamos pensado en salir de allí", explicó con vehemencia Batoul, que llegó a Zaragoza hace dos años con su marido, Fawaz, y sus cuatro hijos, huyendo del conflicto. Mientras los dos niños más pequeños juegan en la sede de la asociación Palestino Aragonesa sita en la calle Tarragona de Zaragoza, sus padres rememoran cómo fue vivir durante dos años en una ciudad sitiada, en la que las bombas derribaron sus dos viviendas en Damasco y destruyeron la empresa de carpintería de Fawaz. Batoul, profesora de árabe, también perdió su empleo durante los ataques.

"Los dos años de la guerra los pasamos cambiando de casa, porque las bombas nos tiraron las dos viviendas de las que disponíamos, y nos las apañamos buscando alquileres en zonas más tranquilas de la ciudad", relató Fawaz. Tomaron la decisión de salir del país cuando un francotirador mató de un disparo a la profesora del colegio de sus hijos. "Pasamos siete meses con los niños en casa, después de que mataran a la profesora, casi sin salir, sin comida porque había unos precios altísimos, y con el miedo metido en el cuerpo siempre", recuerda Batoul.

Su propio marido fue blanco de un francotirador. Afortunadamente, la bala no le alcanzó cuando viajaba en su vehículo. ¿Cómo se puede vivir en una situación así?, les preguntamos. El matrimonio se mira y suspira a la vez: "No se vive. Desde la guerra en Siria, la vida ya no es vida", lamentan.

Así que empezaron a preparar el viaje. "No teníamos un destino concreto ni nos importaba mucho adónde llegar: lo único que queríamos era escapar de la guerra", recuerdan. Para llegar a España ellos no tuvieron que recurrir a las mafias que trafican con quienes quieren cruzar de Turquía a las islas griegas. Pasaron por el Líbano, Turquía y desde ahí volaron a Barcelona. Después se decantaron por Zaragoza porque la hermana de Fawaz vivía ya aquí.

Batoul suspira de nuevo. Su familia no corrió la misma suerte y no pudo salir por vías normalizadas. Sus primas tuvieron que pagar a la mafia. "Diez mil dólares por persona --dice Fawaz indignado-- y la gente los paga porque es eso o la guerra. Es eso, o cambiar constantemente de edificio escapando a las bombas".

Comer de la basura

Pero la realidad al llegar a Zaragoza no fue la que esperaban. "Nos prometieron ayuda, un piso, comida, y apoyo para los niños, pero no tuvimos nada de eso", denuncian. "Hasta que nos pusimos en contacto con Cáritas, que han sido los únicos junto con la Cruz Roja que nos han dado comida y ropa", explica agradecida Batoul.

Una de las primeras familias que consiguió el estatus de refugiado al llegar a Zaragoza denuncia que no hay servicios específicos. "Teníamos nuestra profesión en Siria y hemos hecho cursos de formación en el Inaem pero en nuestro primer año llegamos a comer de la basura", recuerda con dolor la madre de familia. Reclaman que la situación mejore y solo piensan en el futuro de sus hijos.

"Si no es por ellos no habríamos venido, pero la vida en Siria no es vida y se merecen un futuro". Ahora solo cobran el IAI, pero dicen: "No pasa nada. Estamos juntos y lejos de la guerra".