Vemos estos días con cierto estupor cómo algunos medios analizan con censura la actitud de Aragón respecto a los bienes artísticos, y con indulgencia la versión de catalibanes como el director del Museo de Lérida, Josep Giralt, cuyas mezquinas declaraciones, reclamando la propiedad ajena y acusando a los técnicos del Gobierno de Aragón de falta de capacitación, van en consonancia con su prestigio en el mundo del arte.

Este y otros funcionarios o esbirros culturales de esa risible corona catalano aragonesa a cuyo constructo han dedicado muchas horas bien pagadas por la Genaralitat se han revuelto contra la sentencia de Sijena como toros rabiosos en los pesebres de sus señores. Sus fantasías y mentiras, trabadas a partir de la manipulación de la historia del Viejo Reino de Aragón, con el propósito de apropiarse sus señales, estirpes, tesoros, a fin de presentarse ante Europa como un territorio que siglos ha fuera real, imperial, dinástico, se han estrellado contra un juzgado de Huesca y contra la lógica resistencia de un Aragón que no se ha dejado engañar, aunque algunos de sus llamados generosamente intelectuales se hayan dedicado a sembrar la confusión.

Confusión, decía, que se ha emboscado, enviscado, en algunos medios, y que el Gobierno aragonés haría bien en combatir con las armas de la razón y de las fuentes históricas.

El resto del país tiene derecho a saber que la Cataluña fascistoide de Pujol y Puigdemont lleva décadas manipulando dichas fuentes. Que sus dirigentes culturales, como los agentes de Hitler tras la raza aria y el Santo Grial, han buscado y rebuscado documentos donde Cataluña fuese algo más que un condado, que un principado dependiente de la Corona de Aragón, sin encontrarlos, pues no existen. Que a los niños catalanes, en los colegios se les obliga a aprender que fueron reino, que tuvieron monarcas, imperios, que conquistaron Valencia y Baleares, Italia, el norte de África, que sus generales y científicos no tuvieron parangón y que España, en lugar de dedicarles museos, les roba sus bienes y su historia.

Bien haría el ministro de Cultura y conseller de la Generalitat, Méndez de Vigo, en sustituir esos manuales por otros donde la historia se explique de manera honesta, invitando a reflexionar libre, pero documentalmente sobre el pasado.