Aragón ha desplazado a unos 200 agentes de la Policía Nacional durante estos días a Cataluña, entre ellos el grueso de la XI Unidad de Intervención Policial (UIP) con base en Zaragoza. Un grupo acostumbrado a intervenciones itinerantes y a las penurias propias de un antidisturbios, pero que en este caso se está sintiendo más «desamparo» que nunca.

Así lo explicaban dos agentes zaragozanos de la unidad, de forma anónima, desde el ferry de bandera italiana en el que están acuartelados, en el puerto de Tarragona. La capital provincial y la ciudad de Reus han sido sus zonas de actuación, y salvo un incidente «muy tenso» durante el 1-O en la plaza de la Imperial Tarraco, no han tenido que efectuar cargas violentas ni han sufrido agresiones físicas. Aun así, el ambiente está «muy crispado», coincidían ambos.

José (nombre supuesto) ya había estado desplazado otras veces a Cataluña, pero «el ambiente antiespañol» que ha observado le ha soprendido. Su compañero Francisco (igualmente supuesto) explica que, «cada vez que sales a hacer alguna intervención ( básicamente, salvo el 1-O, vigilar edificios estatales) te dicen que te vayas, que eres una fuerza de ocupación. Y obviamente, esto es por ponerlo fino».

Los insultos en una intervención pueden ir en el sueldo, pero hay matices estos días que lo agravan. «Los Mossos tienen atribuída la Seguridad Ciudadana, y tú no puedes actuar salvo que vayan a dañar instalaciones, o te agredan. Si pasa esto en Zaragoza le detienes y le denuncias como mínimo por falta de respeto a la autoridad, pero aquí no puedes», explicaba Francisco. «Ni aunque te griten Gora ETA, que lo han hecho», añade.

José, además, señala que «cada vez que hacemos lo que la gente entiende como una carga policial salen las imágenes y se nos critica, nos convertimos en arma arrojadiza de los políticos. Lo asumimos, pero la verdad es que es cargante», reconocía el agente.

La poca -o nula- colaboración de la policía autonómica catalana tampoco ayuda, pero Francisco asegura que, hace un par de días, una pareja de ellos se acercó a él el lunes, en Tarragona. «Uno me dijo que lo sentía mucho, que era una vergüenza lo que estaban haciendo», afirma. «Hay gente que también te da las gracias por la calle».

Pero son los menos, por desgracia para los agentes. En el puerto, al ser cerrado y lejos del casco urbano, no sufren los escraches y protestas nocturnas que experimentan otros compañeros, salvo algún pescador ocioso o un camionero recalcitrante. Pero las condiciones de estancia tampoco ayudan.

«Estamos como en una base americana en Afganistán», ilustraba Francisco. «Vivimos en el barco, en un camarote de 7 metros de largo por 3 de ancho para dos. Yo por lo menos tengo ventana, otros parecen trasteros», explica. Salir a Tarragona «no es recomendable», por lo que cuando no están de servicio, han de pasar el tiempo corriendo por un espigón, entrenando en una explanada o viendo la tele. «Vemos todos los informativos, nos da igual la cadena», asegura.

Y es que la información les ha de llegar de los medios, porque de los mandos, poca. Según José, les dan «muy poca, no sé muy bien por qué. No nos dicen cuándo vamos a volver, ni si va a haber relevos. En estas condiciones puedes estar un tiempo, pero los ánimos están decayendo al ver que esto se puede prolongar ad eternum», afirma.

Tampoco pueden presumir de menú durante el operativo. El domingo, con 16 horas seguidas de intervenciones, les dieron dos bocatas «flojicos», detalla Francisco -con pan de bollo, de lonchas de queso y lechuga y de salchichón transparente-, una botella de agua y una pieza de fruta. «Con la tensión no te apetece comer, pero si no, desfalleces», explica.

Tensión, la hubo, aunque no llegaran los incidentes graves. Agentes de paisano peinaron los 23 colegios de Tarragona para ver dónde se podía intervenir, porque «en muchos había muchos niños, o aglomeraciones de 500 personas, era inviable». Finalmente requisaron urnas en 7.

Su desamparo crece por la incertidumbre y la falta de información. «Yo vine el martes pasado y no se cuándo acabaré. La familia te llama todos los días asustada, a ver si estás bien, y es duro para ellos», dice Francisco.