Ni el fútbol de Messi logró llenar un estadio vacío. Ni los goles de Leo (11 en 7 jornadas) dieron alma a un Camp Nou forzosamente mudo. Un templo sin vida donde el fútbol era lo menos importante de las cosas importantes de la vida. No tenía alma ni corazón. En una surrealista tarde, ni Messi tuvo ganas de celebrar nada. El rosarino jugó, al igual que el Barça, el encuentro que nunca había jugado. El fútbol es para la gente que acude a verlo. Y la gente que fue ayer, se quedó en las puertas del estadio.

Había miles de aficionados, con su entrada en la mano, dispuestos, sobre todo, a ver a Leo. Pero nadie pudo verlo porque el partido se jugó a puerta cerrada entre la incomprensión del socio y los gritos más audibles que nunca de unos jugadores que protagonizaron una tarde que nunca habían vivido.

Se quedó sin verlo Víctor, un socio de Viladecans (Barcelona) que a lo largo de la semana había presumido de su suerte, pues había sido agraciado con el honor de ver el partido desde el palco presidencial. Ataviado con el obligatorio traje y corbata y acompañado por su hermano, Sergio, se quedó con las ganas. El presidente del Las Palmas fue el único inquilino del palco durante el partido. Ni la directiva del Barça lo siguió desde ahí. Víctor confía que el club mantendrá la invitación para otra jornada.

Más difícil lo tendrá una familia australiana que hace tres meses planificó sus vacaciones en Barcelona con la visita al Camp Nou como eje. El viaje, según explicaron a Marca, se les torció ya hace semanas, pues el benjamín de la familia a quien quería ver jugar era a Neymar. El club facilitaba ayer impresos para solicitar la devolución del importe de la entrada, aunque para ellos, tras cruzar el globo, será lo de menos. Tampoco satisfará a los aficionados desplazados desde Gran Canaria.

Sin todo ellos -también sin la Grada de Animación que antes del encuentro instó a la afición a saltar al césped en el minuto 1 y hacer una sentada en señal de protesta en el estadio-, se oían desde los gritos de Ter Stegen ordenando a su defensa hasta las órdenes de Piqué («¡Apretamos, apretamos, eh!»). El equipo no lograba entrar en el encuentro.

Entre Busquets y Messi, que superó a Puyol con su 594º partido de azulgrana, rubricaron el 3-0 más extraño que se recuerde en la historia de este templo. Sin nadie en la grada. ¿Nadie? De repente, un espontáneo invadió el césped y llegó hasta el área de Ter Stegen. No se sabe dónde estaba escondido ni por dónde se coló, alterando un paisaje surrealista, en una tarde en la que el fútbol no tenía sentido. Ni siquiera para Messi.