Pradilla de Ebro estaba ayer desierta a pesar de que sus vecinos habían podido volver a sus casas desde el punto de la mañana. Pocos se dejaban ver por las calles en las que humeaba el fuego con el que se habían calentado durante las noches. La del viernes mientras levantaban el dique de contención y la del sábado, durante las horas de vigilancia.

Avelino Alcuson, de 87 años, se encontraba subido en lo alto del dique. "En el 61 esto fue peor. El agua nos llegaba por la cintura. Desde entonces, no he visto algo así", decía.

El fue uno de los tantos residentes que optaron por quedarse en Pradilla a pesar de la orden de desalojo. "¿Para qué? ya he vivido cuatro evacuaciones cuando no había diques de contención. Aquí no hay peligro si la mota no se rompe", aseguraba. "Ahora el riesgo está aguas abajo".

LOS CIEN CUBOS

Y así era. Porque mientras Alcuson contemplaba la velocidad de un Ebro extraordinario, en el número 1 de la calle Casta Álvarez de Cabañas había hasta once personas en la casa de Eduardo Valeau llenando cubos de agua y vaciándolos directamente en el Ebro, a pocos metros de la puerta de su vivienda.

"Esto es horrible. Hemos sacado más de cien cubos por la mañana y no hay manera de que el agua deje de filtrarse", decía Valeau. Entre cubo y cubo pedían que alguien les explicara cómo era posible que con un caudal inferior al del 2003, el río haya llegado más lejos y los destrozos estén siendo mayores. Y claro, la respuesta final de todos era la que más se está oyendo: la suciedad del cauce.

Belén Quintín y Francisco Sancho miraban desde la puerta de su casa como la UME colocaba más bombas de agua para achicar. El nivel había bajado, pero el agua seguía filtrándose a gran velocidad mientras la altura del río rozaba la mota de contención de Cabañas.

Pero controlaban los trabajos con resignación "y cabreados". Tenían la casa inundada, precisamente, por las filtraciones. "Para qué vas a sacar a pozales el agua si entra sin control. Encima luego no me lo paga nadie". El agua comenzó a colarse por sus paredes a las 10 de la noche del sábado.

Y también por la noche, en Torres de Berrellén los camiones y tractores de los propios vecinos empezaron a trabajar a destajo para crear un dique de contención a unos dos kilómetros del río.

La mota estaba bien, explicó el teniente de alcalde José Ramón Cerced, en cambio, la acequía no había soportado la avenida por lo que se habían inundado alrededor de 500 hectáreas de campo colindandes al casco urbano. Desde el 61, insistían también, el Ebro no había llegado tan lejos.

"El agua empezó a salirse a las 11 de la noche --del sábado-- y tuvimos que actuar rápido", comentaba. "Este pueblo lo han salvado los vecinos que sacaron sus máquinas y comenzaron a crear diques" en la calle Cervantes.

IMPROVISANDO

Cerced criticó duramente la falta de información. "Nos dijeron que venía con un caudal y de repente vimos que no era así. Nadie nos avisó. De haberlo sabido, habríamos reforzado la acequia y ahora no tendríamos que temer que se inunde el pueblo", explicó.

Pero los vecinos se mostraban confiados. Nunca en la historia ha ocurrido y la opción de la evacuación estaba totalmente descartada. "Por lo menos...", decían en un corrillo.

Algo que no pueden decir en Boquiñeni, que al cierre de esta edición, la UME no había terminado de construir el puente sobre la carretera destruida para desembalsar.

A la hora de comer, en el pabellón de Lucini, donde realojaron a los vecinos de Boquiñeni, la gente confiaba en volver a su casa a la hora del café. "A las tres o las cuatro de la tarde podremos regresar", decía Pilar López. No fue así y la desilusión fue notable en los rostros cuando el alcalde, José Ayesa, acompañado de la responsable del Instituto Aragonés de Servicios Sociales, Cristina Gavín, les comunicó que iban con retraso. O que no tenían agua potable. O que en la calle Teruel y en el colegio estaban achicando agua. Pero la vuelta era cuestión de horas.

Los de Boquiñeni y Luceni nunca se han llevado bien, decían, y "ahora se han portado de maravilla con nosotros", comentaban López y Raquel Corao. Incluso se emocionaban cuando explicaban el servicio que habían recibido. "No nos dejaban hacer nada", decían.

El temor de Boquiñeni era el mismo que el de Pradilla, y que el de Cabañas y Torres de Berrellén: la próxima punta. Y las preguntas más frecuencias coincidían: ¿Qué pasará entonces si ahora ya estamos así? ¿Dónde se meterá el agua, en las casas?.