Fue ese ensordecedor gesto de rabia, esa manera tan auténticamente suya de liberar la tensión acumulada por los malos resultados del 2017. Y fue ese abrazo. Ese estruendoso achuchón al final del partido de El Alcoraz entre Zapater y Belsué, los dos Albertos más legendarios del Real Zaragoza en la era contemporánea, con los cuerpos rígidos por el estrés, mojados por el sudor, por el esfuerzo, por los nervios y por la lluvia, allí, abrazados con esa furia tan aragonesa. Esa imagen, ese momento, con el capitán y el actual delegado y antiguo capitán unidos en la celebración, condensa el sufrimiento que ha vivivo el equipo en este inicio de año natural y concentra un tremendo significado. La foto de Zapater y Belsué es zaragocismo en estado puro. Deseo, ambición y nunca reblar. El símbolo de la liberación por una victoria revitalizante para el equipo de Raúl Agné.

El Zaragoza no quería jugar porque el estado del campo era deplorable, una piscina impracticable para un fútbol decente, en cierto punto una falta de respeto al aficionado y al espectáculo tal cual se concibe hoy en día, no como se entendía antaño. Al final se jugó y apareció un partido añejo, del norte, entre el barro, la hombría, la refriega y la disputa. En la segunda mitad, el Zaragoza fue superior al Huesca y merecedor del triunfo. Luego llegó esa imagen, ese abrazo al que agarrarse con todas las fuerzas para seguir creyendo.