A san Lorenzo le tiene que gustar el fútbol, seguro. Y si no, al santo le ha tenido que empezar a gustar un poco desde ayer. De lo contrario, no se explica que una mañana que barruntaba tormenta acabara con un sol radiante, precisamente, diez minutos antes de un momento clave para Huesca: el lanzamiento del cohete anunciador que da inicio a las fiestas que rinden homenaje a su patrón. Un instante tan explosivo como esperado del que, en esta ocasión, se encargó el equipo de la ciudad. Y aquí es cuando empiezan a encajar las piezas. Si no hubo mano laurentina para que el cielo respetara, algo de gusto tuvo que coger a este deporte al ver la ilusión de los oscenses con su equipo en el balcón del ayuntamiento. A partir de ahí, la fiesta saltó a la calle como los jugadores de la sociedad deportiva saltaron al campo en la temporada del ascenso, con entrega y voluntad irresistible.

El primer día de fiestas no pintaba nada bien. La amenaza de lluvia era muy real, con unas primeras horas de la mañana grises y húmedas. Sin embargo, no rompía. Mientras, la gente aprovechaba y, en un paseo por las plazas y calles oscenses, era imposible ver una mesa sin almuerzo y una silla sin cliente que disfrutara de unos huevos fritos. El agua también respetó esta arraigada costumbre de llenar bien el estómago antes de enfrentarse a toda una jornada laurentina, con lo que conlleva. Poco después de las 10 de la mañana comenzaba uno de los primeros actos solemnes, el izado de las banderas de Francia y España mientras los himnos nacionales sonaban en honor del hermanamiento de Huesca y Tarbes. A su vez, jóvenes peñistas deambulaban por los alrededores del centro con algún rastro de vino tempranero en su ropa. «¡Quiás, no os adelantéis tanto y vamos todas juntas!», gritaba una de ellas a su grupo, disperso, camino de la plaza de la Catedral.

En este lugar, en el palacio del ayuntamiento, seguía la actividad institucional. A las 11, las autoridades llegaban a un salón del Justicia abarrotado para presenciar la entrega de la Parrilla de Oro a las agrupaciones musicales que interpretan Las Completas. El director de la Coral de Huesca, Conrado Beltrán, recogió este «honor» entregado por la ciudad. No fue el único reconocimiento, sino que también se recordó al director de la orquesta sinfónica de la capital altoaragonesa y de la coral Ars Musicae, Antonio Viñuales, quien falleció el año pasado. Su hija Cecilia aseguró que su padre estaría «muy emocionado» por ello.

Conforme avanzaba la mañana, la plaza iba tomando tonalidades blancas y verdes, hasta mostrar un aspecto absolutamente abarrotado 20 minutos antes del mediodía. Las charangas sonaban y el vino volaba sobre las cabezas. En esas estaba el gentío cuando las nubes decidieron batirse en retirada para dar paso a un sol incontestable. ¡Huesca, Huesca! y otros eslóganes futboleros empezaba a gritarse, anticipando lo siguiente que venía. Poco después, la concejala de Fiestas, María Rodrigo, aparecía en el balcón del consistorio con los representantes de la SD Huesca. «¡Gracias por hacer unas fiestas de primera!», destacó la edila, quien concluyó su discurso con el clásico «¡Viva Huesca, viva san Lorenzo!». Entonces, el presidente del equipo de fútbol, Agustín Lasaosa, y su capitán, Juanjo Camacho, amarraron conjuntamente la mecha que prendió el cohete. Salió el proyectil directo al cielo, como si quisiera comprobar él mismo que no había ninguna nube en el horizonte. Entonces, estalló.

El himno de san Lorenzo inundó la plaza y las miles de personas congregadas se sumieron en una explosión de vítores, gritos e ilusión desmedida. A partir de ese momento, la fiesta se desparramó por las calles como un fluido verde y blanco, especialmente en el tramo que llevaba hacia el Coso, comandado por el desfile de peñas y las cinco cabalgatas que transportaban a las mairalesas. Los laterales de la vía daban resguardo a los muchos que presenciaban este desfile y también lo hacían balcones y ventanas de las casas.

Ya en la plaza de San Lorenzo, otros cientos esperaban la imposición de la pañoleta al patrón. Entre ellos, un grupo mostraba el atractivo de estas fiestas para propios y extraños: un italiano, un abulense, una leonesa o un zaragozano, entre otros, lo conformaban. «Huele a gente con alegría», sentenciaba uno de ellos sobre estas fiestas que cerraba los principales actos del día con su santo ya ataviado con la pañoleta verde y un ramo de albahaca.