Si algo tienen en común la mayoría de las autonomías es la existencia en cada uno de esos territorios de un partido que, a lo largo de las sucesivas convocatorias desde los años 80, ha ido construyendo una hegemonía a golpe de victoria en las urnas. En algunas sitios, por ejemplo en Cataluña y País Vasco, dos de los tres territorios a los que de común se les identifica como las nacionalidades históricas a las que se refiere sin concretar la Constitución, este papel se lo han arrogado fuerzas propias que defienden el carácter nacional de sus comunidades. En la tercera, Galicia, como en alguna otra autonomía, ese rol lo ha adoptado el PP con un discurso regionalista propio que conecta con el eje central del electorado gallego. Así lo acreditan los 41 diputados de ayer, lo que iguala la holgadísima mayoría absoluta del 2012, tres escaños por encima. Es la décima victoria popular. Nunca ha bajado del 44,3% de los votos.

Los resultados, claro está, suponen también un espaldarazo a Alberto Núñez Feijóo. Alguien que, con la que está cayendo en el PP, mejora unos más que reseñables resultados (un 47,80% de voto, dos puntos más que en el 2012) y logra su tercera mayoría absoluta se abre, lógicamente, muchas puertas en el futuro. Quizá en la calle de Génova.

Despejada la relativa incógnita de si el PP revalidaría o no la mayoría absoluta, las principales dudas y donde se centraba la atención era en si, como se especuló el pasado 26-J en los comicios generales, el espacio podemista, representado aquí por su confluencia En Marea obtendría el ansiado ‘sorpasso’ sobre el PSOE. Y sí. Lo hubo. Al menos en votos, 16.000, pues en escaños empataron a 14.

VERDAD AL DESNUDO

A diferencia de lo ocurrido el mismo 26-J, en que el frenazo en el voto a Podemos evitó el adelantamiento y eso sirvió como máscara para ocultar los pésimos resultados de los socialistas (perdieron cinco escaños), la nueva condición de tercera fuerza en Galicia deja al desnudo todos los problemas del PSdeG.

Y es que la pérdida de cuatro escaños, con respecto al 2012, se suma a la jibarización del porcentaje de voto. Del 31% del voto del 2009 se ha pasado, en este 2016, al 17, 88%, tras el 20,61% del 2012.

De las cuatro provincias, En Marea obtiene el segundo puesto en dos, las más pobladas, La Coruña y Pontevedra, y el PSOE en Orense y Lugo. Nueva muestra de la nula importancia de los asuntos de corrupción en las contiendas electorales.

No es, con todo, la primera vez que los socialistas gallegos descienden al tercer peldaño del podio parlamentario. El BNG de Xosé Manuel Beiràs les apeó de la medalla de plata en 1997 y 2001, es decir cuando, como ahora, el PSOE se hallaba en la oposición en el Congreso.

Lectura inversa para En Marea. La fuerza de Podemos les ha propulsado de los nueve que obtuvo Anova (la escisión del BNG junto a IU) a los 14 obtenidos ayer. En porcentaje de voto, y comparando con las otras dos lizas electorales en que la alianza ha concurrido, las generales de diciembre y junio, En Marea obtuvo tres puntos menos (18, 95%).

El nacionalismo gallego, de izquierdas, el BNG mantuvo el tipo, pero siempre transitando en la frontera de lo residual. Un pequeño paso atrás, de siete a seis escaños y una pérdida de dos puntos de voto, quedándose en el 8%, lejos del 25% de los tiempos de antes de la escisión.

Mención aparte merece que Ciudadanos, la segunda fuerza de la nueva política, no obtuviera representación alguna en el Parlamento gallego. Si en Euskadi, su reiterada petición de acabar con su concierto económico hacían prever unos malos resultados, la estructura de población de Galicia, con un fuerte componente rural, tampoco cabe pensarla.