La ribera del Ebro se ha convertido en la mejor escuela para aprender a hacer fotografías. O por lo menos, para intentarlo porque aunque el sol esté radiante se ve más de un flash iluminando los más de cinco metros de altura que mantenía el Ebro a su paso por Zaragoza durante todo el día de ayer.

Pasear por la ribera era hasta incómodo. La gente se apelotonaba entre los huecos libres para tener la mejor instantánea de la zona de bancos del paseo que estaba anegada por el agua. Algo que no ocurrió ni en el 2003. En las pantallas de los móviles se veían las instalaciones de las telecabinas de Aramón rodeadas de agua.

En las calles ocurría algo parecido. Era fácil detectar que un garaje se había inundado por el corrillo que se formaba en su entrada. Es lo que ocurrió durante toda la mañana en la avenida Almozara, a la altura del número 48, donde el garaje se había convertido en una auténtica piscina.

PREVISIONES

"El sábado por la tarde la Policía nos avisó para que sacáramos el coche. Yo ya lo tenía aparcado en la calle porque es nuevo y me daba miedo", contaba Sandra Gros.

En otro corrillo cercano, Maximiliano Martín y Francisco Robres miraban como los operarios estaban instalando una línea alternativa de suministro. "Llevámos desde esta madrugada sin luz. Ni el café hemos podido hacer", decían. En la conversación se metía Jesús Fuentes, que venía de comprar dos barras de pan. "Como no podemos cocinar hoy, bocata para comer", bromeaba.

"No es normal que con mil metros cúbicos el agua haya llegado aquí", les decía a Martín y Robres que asentía y apuntaban a la necesidad de dragar el río.

Todavía quedaba otro corrillo. El que miraba el solar y las instalaciones de Victor Garrós. Su empresa había desaparecido bajo el agua. "El jueves empezamos a achicar agua con bombas propias pero esta noche --por el domingo-- ya no hemos podido hacer nada", explicaba señalando los cuatro metros del nivel que tenía acumulados.

En Ranillas las cámaras seguían haciendo su trabajo. Francisco Romeo paseaba por la pequeña parcela que tiene alquilada. Y de las pocas que se han salvado porque los huertos urbanos están inundados. "Que hagan algo, quien sea, porque esto el río es sagrado pero esto no puede pasar", contaba mientras paseaba entre sus tomates y acelgas.

En el paseo de la Ribera las bombas de agua saliendo de los garajes se divisaban desde lo lejos. En realidad, esta era la estampa más habitual de ayer.