Pablo Iglesias se juega el 26-J el futuro de Podemos en una apuesta personal de doble riesgo. Arma una coalición con IU que puede activar la ilusión o bien restar a votantes transversales que no quieren quedar arrinconados en la izquierda del tablero político. Y asume el peligro de que incluso sus electores potenciales lleguen a una paradójica conclusión: que aunque superen al PSOE, Pedro Sánchez no claudique para apoyarlo como presidente, ceda a una gran coalición y votar morado suponga cuatro años más de Rajoy.

Para comprender por qué asume ese riesgo, ayuda tener en cuenta la soledad con la que ha vivido en los últimos meses, atenazado entre dos frentes. Uno, la relación con Sánchez, en quien nunca confió. Desde que hablaron por primera vez, el 24 de diciembre, lo ha mirado de reojo, con la intuición de que el PSOE no accedería a gobernar con él porque se sentía, a su vez, amenazado. El recelo mutuo imposibilitó un entendimiento y lo único que cultivaron fueron el reproche y la desconfianza.

DISPUTA INTERNA El otro frente, más doloroso, el de la disputa interna con su amigo, Íñigo Errejón. Iglesias sintió que ese ala del partido le era desleal y que había construido una organización paralela. Sus decisiones han ido encaminadas a blindarse. En lo interno, con la defenestración del hombre de confianza de Errejón, Sergio Pascual, con cambios organizativos y empoderando a los anticapitalistas frente a los errejonistas, ahora arrinconados. Y puertas afuera, en la estrategia con el PSOE. Admite su entorno que fue un error la forma en la que presentaron la oferta de gobierno de coalición, que diseñó con Errejón. Ambos reconocen que la escenografía era inadecuada pero no el planteamiento: un gabinete de cambio que dejase fuera a Ciudadanos. Cuando Sánchez cierra su pacto con Albert Rivera, Iglesias confirma sus intuiciones y comete el error definitivo --que reconoce--: el de la cal viva. Entonces ¿para qué sirvieron escenificaciones, contraofertas y negociaciones? ¿Deseaba Iglesias gobernar con el PSOE o fue solo una impostura para llegar al 26-J sin culpa? Y la incógnita a futuro: ¿qué será Podemos cuando se refunde tras el 26-J, izquierda o pueblo? IOLANDA MÁRMOL