A más de 300 personas reunió ayer Ikea en torno a un desayuno sueco para celebrar su ansiada apertura en Zaragoza. Pero esa ambiciosa cifra apenas era el aperitivo de los 12.500 visitantes que no quisieron perderse el primer día de la compañía de muebles y accesorios de decoración para el hogar en Puerto Venecia. El ritmo de afluencia fue "constante pero organizado", según fuentes de la firma, que se mostraron "encantadas" con la experiencia. El establecimiento, que ocupa casi 30.000 metros cuadrados y ofrece 9.000 referencias de productos, ha requerido una inversión superior a los 60 millones de euros y dará empleo a 450 trabajadores.

Entre los datos más destacados del estreno llamó la atención en Ikea el elevado interés de los aragoneses por las cocinas, con numerosas peticiones de presupuestos. El otro motivo de satisfacción fue la positiva aceptación que tuvo Ikea Business --amueblar oficinas para empresas-, con 20 pymes que contrataron el servicio. Además, el restaurante preparó más de 500 desayunos y otros tantos menús para comer, donde se dispensaron más de 10.000 albóndigas al estilo sueco. Esta especialidad, sin embargo, no estaba entre las que ofrecieron a los convidados. Arenques, salmón y queso compartieron mesa con migas y trenza de Almudévar, mientras las autoridades pronunciaban sus discursos.

TRADICIONES Zsolt Csepelyi, director de Ikea Zaragoza, reconoció que casi dos años de nervios y trabajo habían merecido la pena. "Lo que era un deseo, hoy es una hermosa realidad", calificó emocionado. En cada apertura, la multinacional del mueble cumple con dos tradiciones. En la primera, Csepelyi, Andre de Wit (director general de Ikea Ibérica), Anders Rönquist (embajador de Suecia en España) y el consejero de Industria, Arturo Aliaga, se retaron para demostrar que montar una silla no es complicado. El político aragonés se afanó y se esforzó por ser el primero en terminarla entre vítores y gritos de ánimo de los asistentes, pero la veteranía del embajador sueco se hizo insalvable y se proclamó ganador del peculiar desafío. La segunda costumbre, cortar el tronco de un árbol en lugar de una cinta, costó más trabajo, pero se logró. Por fin, Ikea abría en Zaragoza.

Esther y Endika eran los primeros de la fila. Su madrugón, que les hizo llegar a las 7.30 a Puerto Venecia, merecía un premio: un cheque de 300 euros para gastar en la tienda. "Estamos impacientes", admitían segundos antes de la apertura. "En realidad no necesitamos comprar nada, pero somo adictos a Ikea", reconocían. "Nos gusta el diseño y el precio. Y las tartas y las albóndigas, también", bromeaban. La pareja tuvo el honor de estrenar la escalera mecánica que conduce a la planta de exposición. Su desfile, triunfal y orgulloso, recibió la ovación de los más de 400 empleados que trabajan en el centro. "¡Vamos a venderlo todo!", se animaban exultantes. Algunos guardaban imágenes para el recuerdo de un día inolvidable con sus propias cámaras, otros corrían hacia sus puestos y Patricia se lanzaba al auxilio de los primeros clientes despistados. "Soy portuguesa y voy a trabajar en la próxima tienda que van a abrir en Matosinhos, en Oporto, pero nos han traído de refuerzo esta semana", explicaba.

COLCHONES Y SOFÁS A su lado, una compañera trataba de vender su primer colchón. Madre e hija no se decidían: látex, viscolástica... "Túmbese y pruébelo, señora. No se corte", espetaba la dependienta. "Este es el mejor. Tiene un mes para dormir en él y, si no le gusta, se lo cambiamos", le detalla. Parece que le convence y apunta la referencia en la lista. Objetivo conseguido. En la zona de sofás, un matrimonio de María de Huerva iban a la busca y captura de dos sillones reclinables. "Los traía señalados en el catálogo, pero no existe en el color que yo quiero. Seguiremos mirando otras cosas", contaba. Delante caminaban dos miembros de Aspanoa, la asociación benéfica aragonesa de padres de niños oncológicos que recibirá la recaudación de las ventas del cojín rojo con brazos y forma de corazón hasta el 30 de junio. "Les he prometido a mis nietos y sobrinos que les compraría uno", aclararon sonrientes.

En Ikea, todo se puede tocar, los cajones se pueden abrir, las mesas se puede plegar y las sillas se pueden probar. "Nunca habíamos estado, pero como nos dan el piso a finales de año, necesitamos amueblarlo... Y aquí es todo muy barato y bonito", argumentaba una joven pareja que vivirá en La Muela y que comparte gustos con otro matrimonio zaragozano. El alcalde y su señora también pasearon por la tienda. "Me encanta el catálogo. Si alguien se lo va a leer de arriba a abajo, voy a ser yo", aseguraba Mari Cruz Soriano, que no dejaba de elogiar los productos de la marca sueca. Incluso alguna cocina le resultó familiar. "Esta es del estilo de la nuestra", señalaba. A su marido, en cambio, le cautivó la librería Billy, un modelo funcional y económico que lleva más de 60 años en la colección de Ikea y al que echó el ojo, quizá para colocar su biblioteca personal. "Cuando uno tiene 20 años, quiere viajar, conocer gente por el mundo... Pero una vez que cumples los 40, te gusta crear tu propio hogar y defender cada elemento de la decoración", reflexionó la periodista en voz alta. Porque cada uno vive en la república independiente de su casa.