Sirva esta escatológica anécdota como abnegado y cariñoso homenaje a los héroes de las bambalinas, aquellos que formando brigadas de limpieza, protocolo y seguridad, han trabajado detrás de las cámaras y engordando las horas extra para que todo funcionara perfectamente, sin incidentes y sin sobresaltos. Y si los hubiera, para que nadie se diera cuenta. O casi nadie.

Sucedió el pasado viernes, a dos días del cierre. La Reina Sofía visitaba de forma privada la Expo. Quería visitar 41 países. Como esforzado anfitrión, el presidente de Aragón, Marcelino Iglesias, quien la recibió brevemente en su despacho. De los rigurosos controles de seguridad no se escapa ni siquiera la máxima autoridad, que vio como el despacho habilitado en el Pabellón de Aragón tenía que someterse al chequeo de la Unidad Canina de la Policía Nacional, para comprobar si estaba todo en orden. Un rutinario proceso que se lleva a cabo pocos minutos antes de que la Reina haga presencia en esa sala. Aquel día, los perros policía llevaban el estómago un poco más revuelto que de costumbre. La gastroenteritis de verano no es solo cosa de humanos. También lo es de perros.

Entre olisqueo y olisqueo, uno de los canes no pudo más y en lugar de husmear defecó, dejando perdida la moqueta que pocos instantes después iba a ser pisada por plantas de sangre azul. Y, aunque sean muy humanos, el formalismo exige que todo salga al detalle. Que nada esté improvisado. Que todo esté perfecto. Que huela a azahar.

Sin embargo, un profundo olor bacteriano y nauseabundo empezó a poblar la habitación, que para más colmo, apenas tiene ventilación. Por unos instantes, la histeria se apoderó de los responsables del encuentro. Tenían escasos minutos para disimular el abundante líquido excremento y camuflar un aroma que delataba la pestilencia. Los esfuerzos del personal de limpieza, a la búsqueda de un producto lo suficientemente eficaz, solo pudieron evitar que el manchurrón fuera de dimensiones mayúsculas. Ocultaron como pudieron la tacha, pero ni el más potente desodorante acabó con el aroma.

Como es habitual en estos casos, ni la Reina ni el presidente dijeron nada. Aunque, por poco olfato que tengan, el olor era inconfundible y procedente de un solo origen. Eso sí, perruno.