Las crecidas del Ebro no traen consigo solo consecuencias negativas. Que el caudal del río aumente de la forma en que lo ha hecho estos últimos días comporta una mejora de la calidad de las aguas, entre otros aspectos beneficiosos para el propio río y para los territorios por los que discurre. Las crecidas periódicas son fenómenos naturales, propios de un río como este. "El Ebro es lo que es gracias a las crecidas que experimenta desde hace cinco millones de años", asegura tajante Javier San Román, jefe de Calidad de las aguas de la CHE.

Frente al mal sabor de boca que las avenidas dejan entre alcaldes y agricultores, los expertos consultados piden que no se demonice el aumento de caudales. "No nos oponemos, por supuesto, a que se drague el río para preservar la seguridad de las personas", explica Mariano Mérida, de la Asociación Naturalista de Aragón (Ansar).

Sin embargo, el portavoz de esta organización, que integra junto a otras la mesa de trabajo constituida en el 2009 por los Municipios Afectados por el Río Ebro, advierte de que "no se puede pretender actuar sobre las 300.000 hectáreas de todo el cauce" e invita a "convivir con él". Olga Conde, de la Fundación Nueva Cultura del Ebro, aboga por "prevenir y gestionar los riesgos de inundación, pero teniendo en cuenta el espacio del río".

Entre otras cosas, porque, haciéndolo, se garantizan esos beneficios que se atribuyen a las crecidas, como la mejora de la calidad del agua. "Cuando tenemos un caudal mayor, se diluyen los contaminantes y el río actúa como una depuradora", argumenta Conde.

VOLUMEN "Cuanta más agua lleva el río, mayor es su calidad", dice el responsable de la CHE, que informa de que el nivel del Ebro "se encuentra entre moderado y bueno. Especialmente --añade-- en la zona central del valle, en donde el agua, sobre todo en los estiajes duros, adquiere una cierta salinidad". Para el portavoz de Ansar, "se está produciendo un exceso de fosfatos y de nitratos, que la crecida ayuda a eliminar".

Igualmente importante es la aportación que el supuesto exceso de agua tiene para los acuíferos, es decir las capas subterráneas que discurren en paralelo al río y que están llenas de agua. "El 50% del agua que lleva un río no se ve", dice Mariano Mérida, quien añade que "los acuíferos actúan como esponjas, empapándose con el agua de las crecidas para soltarla después al cauce, incluso en épocas de sequía". San Román señala, además, que "tienen muchos usos" y cita el ejemplo de Zaragoza capital, en donde, con el agua de los acuíferos "se produce el riego de jardines o se mantiene el sistema de refrigeración de los grandes edificios".

Las avenidas también refuerzan los bosques de ribera, cada vez más diezmados por el espacio que el hombre le ha ido ganando al cauce del río. Olga Conde subraya que "además de para la biodiversidad y lo que esta vegetación supone para la vida silvestre, las raíces de los bosques absorben las sales disueltas en el agua y --de nuevo-- el Ebro ejerce como depurador". Mérida suma a eso el hecho de que los bosques "amortiguan la velocidad de la riada, lo que no deja de ser importante para la seguridad de las personas".

FAUNA La crecida arrastra además las algas --realmente, macrófitos-- en los que la temida mosca negra encuentra su hábitat, por lo que este verano su número se verá seguramente reducido de forma drástica. Además, un río crecido transporta vida y la lleva hasta el mar. Según Mérida, "si esto no ocurriera, el Mediterráneo sería el Maremortum". "Y el Ebro dejaría de ser el Ebro", remata Javier San Román, para quien "un caudal pequeño permitiría que la vegetación se apoderase del cauce".