El nombre de Fidel Castro significa muchas cosas, pero principalmente revolución. Esa que empujó a muchos a buscar una salida en otro país, como España. O esa que creó principios y enseñó a luchar a una generación que ahora confía en que su muerte despierte a una sociedad de jóvenes dormidos. Para unos será un icono que creó historia y para otros un dictador que pasará a la historia.

Esta doble lectura sobre una misma persona lleva años generando un estado de contradicción en Lareia Soto, una cubana afincada desde hace 20 años en Zaragoza y que regenta el restaurante El Paladar. «Tengo sentimientos encontrados», decía entre lágrimas. Por un lado recuerda al comandante que «regaló tierras a los campesinos, les dio comida cuando no la tenían o acceso a la sanidad», pero también piensa en el Castro «que nos coartó de libertad de expresión». «Era como un padre, que no te deja decidir por ti mismo cuando eres pequeño», explicaba. En Cuba no han sido «ni demócratas ni comunistas ni nada porque no nos han dejado, solo hemos conocido el régimen», explicaba.

Ludmila Mercerón, triste

La artista Ludmila Mercerón no tiene problemas en asegurar que no es un día alegre: «Estoy triste y consternada. Fidel era un hombre grande a pesar de las adversidades que tuvo que afrontar», explica la cantante afincada en Zaragoza que tiene muy claro lo que influyó el líder cubano en su vida: «Soy mujer, negra y latinoamericana, no hubiera podido ser lo que soy si no hubiera nacido bajo el Gobierno de Fidel, no hubiera pintado nada». Sobre el futuro tiene clara una cosa: «Tenemos que seguir edificando entre todos un país grande que el bloque hizo pequeño».

Quien también tiene las cosas claras es Pedro Antonio Prieto, cubano y propietario del bar La Tabernita, en el centro de la capital, que utiliza una moraleja para explicar cómo se sienten los cubanos en casa: «Yo soy el perro que se fue de la isla para poder ladrar. Ya se sabe, perro ladrador poco mordedor». Creció con la revolución y no conoció otra cosa hasta que decidió alcanzar el gran sueño y probar suerte en España. «No buscaba eso para mis hijos, quería que crecieran en libertad», asegura. Cuando iba al colegio le hacían gritar consignas en pro de la revolución, de la lucha, pero que «¡ojo no te salieras del guión!», advierte. «La revolución tuvo sentido y fue necesaria, pero acabó siguiendo los pasos de los cochinos rusos y perdió el sentido y ha habido muchas generaciones que dieron su vida por la lucha para que fueran traicionados».

Janet Cotarolo, que dejó su patria por amor, es una de esas cubanas que depositó su fe en el Castro que luchó «por los derechos de las personas». «Defendió la igualdad, a la mujer y trabajó por los pobres y el cambio climático antes que cualquiera», explica. Su familia vive en una zona rural de la isla. Fue una de las tantas que recibió un lote de tierras para salir adelante y ganarse la vida. «Estos son los valores que quiero que mi hijo tenga de Fidel», confiesa.

Admite que el aislamiento al que ha estado sometido el país ha provocado que su desarrollo haya sido más lento que el de cualquier país de Latinoamérica, pero «siempre trató de protegernos del capitalismo más brutal, del de la explotación y las drogas. Se le ha encasillado en esa figura del dictador, pero siempre protegió al pueblo».

Por eso, por la protección al pueblo y los valores de la revolución, Antonio Pino, zaragozano de nacimiento y cubano de sentimiento, cedió viajar a Cuba para involucrarse en la causa. Ahora regenta un bar en Zaragoza que te traslada a un local propio de una calle de Cuba. Ayer, con un crespón negro en la bandera local, añoraba esa lucha incondicional de Fidel.