Entró con un discurso hecho a medida, como su indumentaria: chaqueta sastre de color lila, abotonada hasta el cuello, manga larga, falda recta blanca. Le sentaba bien. Una hora exacta de discurso monótono, el mismo de siempre. Lo podía haber leído Santiago Lanzuela o Marcelino Iglesias. La presidenta pasaba las hojas con pulso firme sin creerse lo que estaba diciendo. Bebió agua tres veces porque se le secaba la garganta. Suele pasar cuando no hay convicción. Me entretuve mirando al graderío. Eva Almunia, muy aplicada, escribía todo el rato en un cuaderno y lucía un estilismo caro. Mientras la jefa del Ejecutivo seguía con su retahíla de frases vacías y datos aburridos, Gustavo Alcalde bostezó en la tribuna de invitados. Al final cogió brío y anunció cinco propuestas para la regeneración de la vida política. ¡Haber empezado por ahí!